La importancia de decidir

Tomar decisiones es una de las cosas más difíciles que hay. Muchas veces, además de difícil, es duro por las implicaciones que tiene. Sin duda actuar con coherencia y sin traicionarnos a nosotros mismos suele ser una buena guía.

Una vez tomada una decisión no hay que darle más vueltas. Hay que mirar hacia adelante, ejecutando de la mejor manera posible. Esto es fácil decirlo, pero muy complicado de. Y no es algo exclusivo de alguien con mucha responsabilidad, aplica a todos, cada uno en su entorno y de una manera muy recurrente en el tiempo.

Es difícil saber qué es “lo justo” a la hora de decidir. Lo que uno puede considerar justo, otro puede no verlo así. Ni siquiera cuando haya acuerdos previos entre las partes. Es decir, puede haber leyes que regulen determinadas cosas y a las que las partes deciden someterse, pero la decisión final puede no considerarse justa, aunque lo diga una ley.

Sin embargo, las leyes son fruto de la voluntad de una comunidad de personas por convivir y vivir en paz y armonía, respetando los derechos de todos y con el dsprincipio de que nadie está exento de cumplirlas. Si uno es fumador, por ejemplo, puede molestarle la ley antitabaco, pero debe respetar la voluntad mayoritaria de los que se otorgan esa ley. Habrá otras que le gusten más y la percepción sea la contraria.

La importancia de las decisiones que se toman, por pequeñas que parezcan, es clave en la Historia de la Humanidad. Pequeños detalles condicionaron nuestro futuro o el de millones de personas.

Dicen las crónicas que un general sugirió a Hitler que el desembarco aliado (sabían que se iba a producir) sería en Normandía. Hitler lo creyó así también, pero el resto de generales le aconsejaron que, por razones orográficas y de proximidad, era mejor proteger de una manera más fuerte la costa más oriental, East Anglia. Hitler decidió, y movilizó el grueso de su ejército hasta esta segunda posición. Afortunadamente para el mundo se equivocó y el desembarco se produjo por donde inicialmente había previsto. El resto de la historia ya la conocemos.

Cuentan los diarios de Navegación que Cristobal Colón pensaba que viajando hacia el Oeste acabaría topando con “Las Indias orientales” (Catay y Cipango o China y Japón). Convencido de que La Tierra era redonda, confundió los cálculos y pensó que viajando hacia Occidente acabaría llegando a Oriente. Pensó que lo haría en menos tiempo del que finalmente transcurrió. Después de partir un 3 de agosto del puerto de Palos y con una escala de casi un mes en La Gomera, iniciaron viaje a “Las Indias”. El 25 de septiembre hubo un falso avistamiento de tierra, probablemente el subconsciente traicionó a Martín Alonso Pinzón, confundiendo las nubes en el horizonte con montañas. El 8 de octubre hubo una pequeña rebelión a bordo y el 9 de Octubre Colón tomó la decisión de que avanzarían durante tres días más y si no llegaban a tierra darían la vuelta. En la madrugada del 12 de octubre de 1492 Colón dijo ver una lucecilla que se movía en la oscuridad. Con el avance de la noche y la primera entrada de luz del día, Rodrigo de Triana, marinero de la Pinta, dio el aviso de tierra. Sin duda nunca supieron lo trascendente de esa decisión de esperar sólo tres días más.

Hablan los libros de empresa que un empresario japonés llamado Konosuke Matsushita fundó en 1918 una Compañía llamada “Fábrica de aparatos electrónicos Matsushita”, que desarrolló marcas tan potentes como Panasonic. Un desarrollo empresarial que contribuyó al milagro económico de Japón, un país que apenas estaba saliendo de su etapa de Samuráis (1860).  En el año 1929, cuando la Gran Depresión generaba estragos económicos en todo el mundo, la empresa ya tenía un tamaño considerable y miles de empleados. Para combatir la crisis se instaló la cultura de hacer despidos masivos. Matsushita, desoyendo las recomendaciones de sus consejeros, reunió al grueso de empleados de la fábrica y les explicó lo que pasaba y cómo su staff directivo recomendaba despidos masivos. Él tomó la decisión de no despedir a nadie y mantener los sueldos, con la condición de que cada empleado trajera un cliente nuevo. Y así fue, no hubo drama y la empresa creció. Es uno de los ejemplos que se enseñan en las facultades sobre la gestión de los recursos.

Cuenta el hijo de Luis Aragonés, extraordinario jugador y entrenador de la Selección Española de fútbol campeona de Europa en 2008 y 2012 y campeona del Mundo en 2010 que, en septiembre de 2006, después de una eliminación desastrosa del equipo Nacional en el Mundial de Alemania, su padre decidió dimitir. Los medios de comunicación hacían críticas feroces hacia él y la presión era inaguantable. Sin embargo, una conversación con su hijo le hizo cambiar de idea.

La historia la relata el hijo del propio Aragonés, que explica que “fui a comer a casa y me encontré a mi padre sentado en el sofá, hundido. “Tengo que dimitir”, me dijo”.

A partir de aquel momento, su hijo intentó convencerle de que cambiara de opinión. Le reforzó en su decisión, firme por parte de Luis, de prescindir de Raúl y de dar el poder de la selección a Casillas, Puyol, Xavi, Iniesta, Villa y Torres, que debían ser los líderes de la nueva filosofía de juego que quería imponer.

“A sus hijos, Luis nos inculcó que teníamos que luchar, luchar y luchar. Y eso es lo que yo le recordé durante aquella conversación. Le dije que no hiciera caso de los medios, que no eran quién para dar lecciones a una persona con cuarenta años de experiencia. Mi padre acabó llorando. Y eso que sólo lloró tres veces en toda su vida”, asegura el hijo del fallecido ex seleccionador nacional. (Mundo Deportivo, 31 de marzo de 2016).

Sin duda esa decisión nos hizo muy felices a muchos. Gracias D. Luis.

Todos estos ejemplos e infinitos de cada uno nos demuestran el poder de las decisiones y las consecuencias que tienen. Es la teoría del efecto mariposa, un pequeño aleteo de este insecto en una parte del mundo puede acabar provocando un huracán en la otra punta. Todo tiene unas consecuencias.

El 21 de diciembre de 2017, se celebran unas elecciones muy importantes en la tierra en que nací, Cataluña. Son unas elecciones autonómicas, pero el trasfondo es mucho mayor y sus implicaciones más profundas.

Cataluña es una Comunidad Autónoma de España, con una idiosincrasia muy particular y lugar de acogida de emigrantes durante décadas. Su afección a España (y sus reticencias) siempre han estado allí. Durante siglos intentó configurar una identidad nacional propia. Dicha identidad nunca existió como tal, fruto de la singularidad de todos esos flujos migratorios y de su cercanía, en todos los sentidos, con territorios con una identidad nacional mayor, España.

Cataluña nunca fue una nación, aunque es innegable el sentimiento nacional de una parte relevante de su población. Igualmente es innegable el sentimiento nacional de ámbito mayor, España, de la mayoría de su pueblo.

En nuestro país, tras la cruel Guerra Civil y una dictadura de 40 años, personas de ideologías muy diferentes, todas con pecados en sus espaldas, decidieron algo insólito: ponerse de acuerdo. De esta manera fueron capaces de construir un marco de convivencia para todos, para que no volviera a pasar lo que había pasado en los últimos 200 años, de conflicto tras conflicto y dictadura tras dictadura. Y se construyó la piedra de la democracia.

Fue una construcción exprés, con una generosidad que emociona, por parte de todos. Probablemente se hizo lo mejor que se podía hacer en ese momento y que hoy sería claramente mejorable, pero se hizo con un sentimiento común, convivir juntos.

Y eso ha funcionado y funciona. Mi generación es hija de la Democracia y tiene una deuda impagable con nuestros padres y abuelos por el ejercicio de reconciliación, duro muchas veces, que hicieron por el bien común. Nuestros hijos jamás entenderán todo lo que pequeñas decisiones significaron para lo que somos hoy. Creo que no es discutible que estamos en el mejor momento de nuestra Historia, con muchísimo por reformar, transformar y mejorar, pero con un grado de libertad que nuestros antepasados jamás soñaron.

Todo esto no debe desterrar las aspiraciones lícitas de colectivos. Esas aspiraciones deberían ser siempre canalizadas a través del marco de convivencia que hace que disfrutemos de todo lo expuesto. Pero sabemos que no ha sido así. Por la mala gestión de gobiernos y por el ego de personas.

Sabemos que en Cataluña no ha sido así.

Y el día 21 nos encontramos ante una gran encrucijada, una decisión de esas, que parece insignificante, pero que cambiará nuestras vidas y la de nuestros descendientes para siempre. No es baladí, es muy importante.

Todas las posiciones, defendidas desde el respeto y la aceptación del otro, deben ser válidas. Y por eso todos los implicados pueden ser representados, todo el mundo tiene derecho a votar y votar a quien quiera. Pensar de dónde venimos y el logro que eso supone.

Es más, se puede votar algo rupturista, como es que hubieran una abrumadora mayoría de personas que quisieran poner en marcha un Estado propio, distinto a España. Si eso fuera así, debería respetarse, pero dentro de los cauces legales, sin menoscabar los derechos de nadie.

Pero me hago una reflexión. ¿Cuál sería el beneficio? La reivindicación está muy ligada a la economía. Mucha gente piensa, hablemos claro, que es injusto contribuir a una solidaridad común en la que obtiene premio regiones que no se esfuerzan tanto. Se podría ver en términos de meritocracia económica. Según su visión hay regiones que están subsidiando a otras permanentemente, por encima de lo que sería justo dentro de un mecanismo de solidaridad interterritorial. Es un sentimiento nacional muy aferrado en descendientes de inmigrantes y unido a lo económico. Y por supuesto es respetable.

Pero hay un matiz. La solidaridad interterritorial hay que medirla en un período de tiempo. Si nos ceñimos a los últimos 20 años probablemente tengan razón. Si nos ceñimos a los últimos 100 probablemente salgan perdiendo (aunque en este caso serían sus antepasados los que seguramente habrían vivido en las regiones “ricas” en recursos de aquellos momentos). Es decir, el espacio temporal condiciona y también la comparativa con otros contribuyentes a esa solidaridad, ya que Cataluña no es la única Comunidad que aporta.

Incluso habría que ver el retorno real en términos indirectos, no sólo de inversión directa, sino de efectos “secundarios”. Por ejemplo, si hay una AVE hasta París, probablemente lleve más turistas a Cataluña, o si hay una pertenencia a un mercado Común puede haber organismos supranacionales que se beneficien de un emplazamiento tan interesante como Barcelona. El retorno tiene intangibles, que no se han puesto de manifiesto en esas reivindicaciones.
Voy más allá, aparte de un efecto económico probablemente adverso en el corto/medio plazo y una estabilización en el largo (¿10 años? ¿20?), ¿cuál será el beneficio de una separación y no contribuir a esa solidaridad interterritorial? Probablemente incremente la gestión autónoma de los recursos un 5-10% anual, es decir, 10-20 mil millones más de recursos que emplear. Pero es probable que el deterioro por la salida de la Unión Europea, por la imposición de fronteras, por la disminución de las exportaciones, por el descenso de capital humano cualificado, por las restricciones de capital, por la capacidad crediticia recortada y por infinitos parámetros más afecte negativamente y esos 10-20 mil millones que se ganaran con la independencia se conviertan en negativos, lo que supone empobrecimiento. Por no hablar de la desconfianza y la salida de entes empresariales y de producción.

¿Y si quitamos lo económico? ¿Qué otros “beneficios”, si es que lo económico lo fuera, trae la separación? Pues sinceramente no los veo. Al final se consumirá jamón serrano igual, se cantará música de los 80, se tendrán orígenes en lugares de España a los que hará falta ir con visado, se querrá jugar en La Liga y probablemente la diferencia sea que haya una selección catalana de fútbol que será poco competitiva. ¿Qué cambiaría?

Todos los que tenéis derecho a voto decidís. Yo soy catalán de nacimiento, pero vivo en Madrid. Probablemente en todos los procesos que se plantean y se replantean jamás pueda votar sobre si quiero que me quiten mi nacionalidad española o no. Es curioso, pero las decisiones “simples” de cada uno de los que voten puede condicionarme a mí y a los míos.

Sólo os pido a los que decís que no queréis la separación, pero estáis enfadados porque hubo una mala gestión de un hecho concreto (1 de octubre) y que daría para horas y horas de debate, que toméis la decisión pensando que tiene consecuencias. Consecuencias que hoy nos pueden sonar románticas o incluso como “dar una lección” a alguien, pero que en el fondo nos afectarán a todos para siempre.

No creo en las divisiones.


#impossibleisnothing

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