Derechos y obligaciones...también digitales

Hace tiempo escribí un post sobre los derechos y deberes. Básicamente decía a cada derecho le corresponde una obligación. Una cosa está unida a la otra. Al derecho de trabajar le corresponde la obligación de hacerlo responsablemente, al derecho de recibir escolarización le corresponde el deber de disfrutarla y aprovecharla, al derecho de tener una Sanidad Publica de calidad le corresponde el deber de financiarla y cuidarla (por ejemplo, no saturar urgencias, cosa que casualmente no pasa en las horas de partidos importantes), y así sucesivamente.


Derecho – Obligación. Son un matrimonio hasta que la muerte los separe.

El problema surge cuando sólo vemos una parte del binomio y forzamos el “divorcio” de la otra. A veces, incluso nos engañamos a nosotros mismos y buscamos justificaciones para "pasar" de eso de las obligaciones. Ponemos en un tercero la responsabilidad de algo que tiene que ver, al menos en parte, con nuestros actos. El Estado (gobierne quien gobierne), el sistema, el banquero, el jefe, el vecino, el profe del cole, etc. Justificamos el no cumplir con nuestra parte, pero sí reclamar que el otro lo haga, señalando un “culpable”.

Casualmente el culpable de que uno no cumpla con una obligación, es siempre “el otro”.

Paradójicamente nos emociona cuando vemos a alguien reconocer un error de manera sincera y arrepentirse de él. Nuestra condición humana empatiza entonces. Es algo que, además, nos sorprende, ya que se sale de lo normal. Todos decimos que nos equivocamos mucho, pero nadie, excepto esos casos “raros”, reconoce un error ni el no cumplimiento de una obligación como autocrítica.

Me habéis leído ya muchas veces eso de que cada uno es el único responsable de lo que le pasa y que la tecnología puede ser un aliado o un enemigo, según los valores con la que la utilicemos. Pero todo está en nuestra mano. Al menos en este lugar en este momento. Afortunadamente es así y somos unos privilegiados por ello. No veamos fantasmas que no existen.

Cuando no había redes sociales ni la democratización que nos ha dado internet en varios aspectos de la vida, las personas, en su entorno pequeño, también reclamaban esos derechos sin asociarles las obligaciones correspondientes. Esto se hacía “a pequeña escala” salvo temas que trascendían en la sociedad. Se hacía ruido, pero no manipulaba en un ámbito grande. No se agitaba a la gran masa como rutina. Tampoco se hacía en temas que nos afectan a todos. Probablemente en el termino medio está la virtud.

Obviamente con las redes sociales todo es más inmediato y pueden servir como canal denuncia de cosas que consideramos injustas. En muchos casos, como violencia de género, acoso, esclavización de personas, promueven que la sociedad no se quede impasible y actúe. En ese sentido son una herramienta maravillosa.

En otros casos sirven igualmente como canal denuncia, pero de una información que previamente se manipula o condiciona, señalando a otras personas como “culpables” de incumplir una obligación, sin mirarnos primero a nosotros mismos. Se reclaman derechos, pero no se está por la labor de ejercer el deber que ese derecho implica. Todo se le “exige” a un tercero y se echan balones fuera. Es ahí donde se convierten en una herramienta dañina y malévola.

Y cada día va a más. Desde gente muy joven que reclama ferozmente cosas que, a veces, ni siquiera comprenden, hasta gente pasada de vueltas, frustrada por desilusiones propias que quieren contagiar al resto de sus propios miedos. Y esto, cuando se dan circunstancias excepcionales sobre las que todo el mundo sabe y opina, hace que muchos nos planteemos si tiene sentido seguir alimentando la bestia o si deberíamos renunciar a estas herramientas sociales.

Pues ya me conocéis. Yo creo que no hay que rendirse y seguir. Tiene sentido, pero siempre que haya valores y que todo el mundo tengamos claro que no se trata sólo de quejarse o contagiar nuestras frustraciones al resto, sino que también buscar la alegría y no descuidar la obligación que conlleva eso que reclamamos.

Y como no, eso se fomenta con la herramienta capaz de cambiarlo todo: Educación. 

La educación tiene dos grandes componentes: i) la del cole, en la que nos enseñan cosas, aprendemos y por eso está más orientada al aprendizaje y la socialización bajo unas normas;  y ii) la de casa, la del ejemplo, la que hace que nuestros hijos absorban las ganas de querer mejorar o las de un cabreo permanente. Depende de nosotros y es responsabilidad nuestra, fundamentalmente nuestra.

Además, este nuevo mundo digital necesita que esos valores que se promueven con educación y ejemplo, se regulen. Necesita unas reglas de juego y que no valga todo. Libertad es una palabra muy bonita y una de las cosas más valiosas que tenemos, pero no es hacer lo que me dé la gana “porque yo lo valgo” sin medir las consecuencias que tiene sobre los demás. El resto también tiene su dignidad y su libertad. No podemos invadir la de otro como elefante en la cacharrería.

Sueño con un mundo bonito, mejor, donde los niños tengan claro los valores de sus padres, sean honestos y aprendan que cada reclamación de algo exige cumplir con otra cosa asociada que supone esfuerzo. Y encima sueño que ello se pueda conseguir transformando al mundo con la educación, utilizando la tecnología como aliado.

Y lo peor de todo, ¿sabéis qué es. Que me lo creo.


#impossibleisnothing

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