En los tiempos del honor…
Empecé a hacer kárate con 8 años. Era un gimnasio de barrio, en Carabanchel, en una época complicada de la zona. Mi madre se empeñó en que tenía que aprender a defenderme y, como me molaban las pelis de kung-fú, pues ea, a dar puñetazos y patadas al dojo. Bueno, más bien a recibir. El caso es que me metió el gusanillo. A pesar de que un niño mayor, Valentín, cinturón azul en la época, me tenía frito (me cogía como sparring cada día), sobreviví a ese año en que los niños se cansan de recibir y lo dejan. Luego nos mudamos a Pozuelo y, previos pinitos en kung-fú (minchuán), allí descubrí a mi Maestro, @JoseLuisdeAntonio , grande donde los haya, como persona, como Maestro y como deportista. Cambié del kárate y kung-fú al Judo y Jiu Jitsu. En el fondo no hay diferencia. La hay en técnicas y manera de combatir, pero no en la esencia. Y es en eso en lo que me quiero detener. En la base de las artes marciales está algo que se ha olvidado en esta sociedad tan moderna y tecnológica. Es alg...