En los tiempos del honor…
Empecé a hacer kárate con 8 años. Era un gimnasio de barrio, en Carabanchel, en una época complicada de la zona. Mi madre se empeñó en que tenía que aprender a defenderme y, como me molaban las pelis de kung-fú, pues ea, a dar puñetazos y patadas al dojo. Bueno, más bien a recibir.
El
caso es que me metió el gusanillo. A pesar de que un niño mayor, Valentín, cinturón
azul en la época, me tenía frito (me cogía como sparring cada día), sobreviví a
ese año en que los niños se cansan de recibir y lo dejan. Luego nos mudamos a
Pozuelo y, previos pinitos en kung-fú (minchuán), allí descubrí a mi Maestro,
@JoseLuisdeAntonio , grande donde los haya, como persona, como Maestro y como
deportista.
Cambié
del kárate y kung-fú al Judo y Jiu Jitsu. En el fondo no hay diferencia. La hay
en técnicas y manera de combatir, pero no en la esencia. Y es en eso en lo que
me quiero detener.
En
la base de las artes marciales está algo que se ha olvidado en esta sociedad tan
moderna y tecnológica. Es algo muy simple, milenario. Mi Maestro nos lo
enseñaba en cada entrenamiento. Se llama honor. Es una palabra que engloba un
conjunto de valores. Valores que también están en el alma del ser humano, pero
que, por alguna razón, se están olvidando.
Honor
implica respeto por el adversario. El otro es tan legítimo como yo. Tiene sus
aspiraciones y sus sueños y es un igual, da lo mismo su condición socio
económica. Somos iguales.
Honor
implica esfuerzo. Sólo el trabajo duro lleva a ser mejor. No se hereda, no se
compra. Se suda.
Honor
implica valor. No se piden voluntarios, se afronta el reto. Por supuesto con
estrategia y con táctica. No nos escondemos.
Honor
implica pasión. Nada se consigue sin emoción. Hay que buscar el equilibrio, el
control. Es ahí donde reside la mayor fuerza, la que viene del corazón. Sin
ella no venceremos.
Honor
implica sacrificio. Hoy día todo es muy “happy”. Hay que ser feliz, cuidarse
mucho, pensar mucho en uno mismo e incluso posturearlo. Sacrificio es pensar en
los demás, en su bienestar por encima del nuestro. En lo que hace una madre por
su hijo. Eso, extrapolado al “otro”. Sacrificio es jugarse la vida por salvar
la de otro. Y sin necesidad de que salga en el periódico. El mayor sacrificio es
el que no se ve, pero sucede. Too much para l@s adictos a Twitter, Instagram o
Tik-Tok.
Honor
es amor. Amor a lo que se hace. Amor a la vida. Amor a la vida de los demás.
No
hay mayor afrenta para un budoka (el antiguo practicante de artes marciales)
que una pérdida de honor. En algunos países todavía lleva al suicidio. Es una
salvajada, pero da idea de la importancia
para algunas personas.
A
mi me gustaría que en el mundo en el que vivo hubiera más de esto. Es un mundo
con infinitas posibilidades, pero con infinitas desigualdades. Es un mundo cada
vez más individualista y al mismo tiempo con unos colectivos que se dejan la
piel por los demás. Es un mundo muy centrado en el “yo” en el postureo, despriorizando
al “otro” si no hay un interés detrás. Es un mundo donde se ha perdido el
altruismo y, cuando lo hay, hay que anunciarlo a grito pelao.
Quiero
un mundo donde la norma sea que el otro es igual que yo. Donde se tienda la
mano sin esperar nada a cambio. Donde el amor, la amistad, el reconocimiento
sea verdadero y no con un interés oculto.
Creo
que ese mundo se construye desde la educación. Yo lo aprendí así, con artes
marciales, y a veces me cuesta reconocerlo y mucho más practicarlo. Qué
sociedad más bonita tendríamos si la tónica general fuera empatizar con “el
otro”, en vez de ver todo desde mi ombligo. Lo que podríamos construir sería la
hos**a. Y, además, ahí sí, la tecnología sería una herramienta brutal.
Qué
bonito sería.
¿Te
apuntas? Depende de nosotros.
#impossibleisnothing
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