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Mostrando entradas de 2021

Secretos mágicos

Llega la Navidad. No os voy a aburrir con mi opinión. Ya sabéis que creo que el buenismo de estos días debería trasladarse a todo el año. Bajo mi forma de verlo, ese era el mensaje de Jesús. Pero hoy no voy por ahí. Voy por algo mágico que sucede en estos días. Tiene que ver con un secreto, un gran secreto que much@s conoceréis pero que no contaréis jamás, porque por eso es un secreto. Y obviamente, yo tampoco lo voy a hacer. Es probablemente el “secreto colectivo mágico”, más bonito que existe. No conozco otro igual. No es el único secreto colectivo que somos capaces de guardar. Hay otros. Aunque quizás no tan especiales...¿o sí? Conozco grandes sorpresas que te llevas y nunca contarás tras visitar algunos lugares. Incluso harás lo posible porque se mantengan misteriosas y no hacer spoiler de las mismas. Conozco películas y series que desearás que todo el mundo vea cuanto antes porque te han encantado, pero de las que nunca contarás el final, para no estropearles el viaje de q

Abrazos de aeropuerto

La pantalla anuncia que su vuelo ha aterrizado. Empiezan los nervios. Miras la puerta de salidas como si no hubiera otra cosa en el mundo. No llega. Caminas de un lado para otro, vuelves a mezclarte con la gente que espera, igual que tú. Miras el móvil a ver si te dice que sale. Se hace interminable...Y, de repente, todo se olvida, sale. Y cambias del invierno a la primavera en un segundo. Entonces pasa, ese abrazo fuerte, con presión, como si viniera de la guerra, donde casi se fusionan los corazones. Es el abrazo de aeropuerto, uno de los más bonitos que hay. Existe la otra cara. Esos nervios que se van incrementando hasta que el camino se interrumpe en el control de seguridad. Ahí, un@ se va, se despide. La mirada lo dice todo. El abrazo, desgarrado, es el abrazo de adiós. Es triste y alegre a la vez. Es un volveré. Rebosa amor, del tipo que sea. Otro de los momentos mágicos. Últimamente he tenido que coger varios aviones. La escena mil veces vista, y que pasa desapercibida por

Ventaja competitiva…el superpoder

Hay quienes nacen con una ventaja competitiva. Es un superpoder. Muchos no saben que la tienen, pero la tienen. Con el tiempo, la descubren. Hay veces que nunca la encuentran. Se le llama don o talento. Y parece que es algo bendecido por los dioses. Esta es la creencia popular. Pero en realidad, no es así. No hay una varita mágica de Zeus que otorgue a cada uno su propio don. No hay “tocados por la mano de Dios” con respecto a otros. Me niego a creerlo. Estoy de acuerdo que hay quienes nacen, por alguna causa natural que desconocemos, con una destreza o una habilidad distinta a los demás. En realidad, todos tenemos una. Pero no nos engañemos, no sirve de nada. No es diferencial en sí misma. Lo diferencial es lo que viene después. El trabajo, el esfuerzo, el potenciar esa habilidad y el revestimiento mental y emocional que le damos. Es ahí donde sí reside nuestro superpoder. Y cada uno de nostr@s lo tenemos. Pero amig@s, no es gratis, “la fama cuesta”. Messi tiene la habilidad, Eins

El día que dejé de ser voluntario

Hace años fuí voluntario y cooperante de una ONG. No para lavar conciencia ni para probar un día, sino con compromiso de que fuera recurrente 3 veces a la semana.  Enfermos terminales (niños en su mayoría), mujeres maltratadas, talleres ocupacionales, centros de prevención anti droga y discapacitados fueron los “proyectos” en los que me dejé el alma. Uno entra buscando “algo en que ayudar” y sale con el corazón encogido y un amor infinito hacia cada una de las personas con las que se cruza. Pedro y María tenían 11 y 9 años. Eran hermanos. Vivían con su abuela en Pan Bendito (Carabanchel, donde me crié). A su madre se la habían encontrado en la puerta de su casa, muerta, por sobredosis, un día al regresar del cole. Su padre estaba en la cárcel por rajar a uno en un ajuste de cuentas. María era un coco. Las mates las resolvía con una facilidad pasmosa. Pedro era una de las personas (incluyo adultos) más creativas que he conocido. Estaban a mi cargo. Tanto para ayudarles con refuerzo en l

La transformación...¿digital?

  El 14 de marzo de 2020 sucedió algo inaudito , digno de una película de Hollywood. Resulta que se decretaba un confinamiento domiciliario por 15 días (inicialmente), debido a una pandemia que, tenía ya, secuestrado a medio planeta con la amenaza de extinguir la especie. Vamos, de los mejores guiones de ciencia ficción que se podían hacer. Con un matiz: Era real . A partir de ahí nos sabemos la película, todos a casa, teletrabajo si podías, clases online, compras online, encuentros online, cervezas online, juegos de mesa online, pelis online…nuestra vida se llenó de pantallas, no de cine, durante varias semanas. Vivir en una pantalla es muy aburrido. No puedes tocar. La cerveza con los amigos no sabe igual, mirarse a los ojos está distorsionado y de otros temas… mejor no hablar. Pero la experiencia cambió algo más que el hecho que nuestras madres aprendieran a usar WhatsApp o vencieran su resistencia a comprar en un mercado digital. Cambió nuestra cabeza. Rompió esquemas . No

Estoy muy cansado

Estoy muy cansado. Muy cansado de un mundo lleno de prejuicios y extremos. Del conmigo o contra mí. De los juicios morales. De la hipocresía. De l@s que dicen que hay que escuchar y dialogar, pero luego sólo vale su criterio. Estoy muy cansado de quienes simulan vidas idílicas gracias a la tecnología e influencian a otros a hacer lo mismo. Cuando saben de sobra que las batallas son muy duras y los golpes también. Transmitimos una gran mentira a las generaciones jóvenes y luego la hostia es mayúscula. La vida no es una red social. Ni siquiera se le parece. Estoy muy cansado de quienes siempre tienen razón. Del “y tú mas”, de l@s más list@s de la clase o l@s chispos@s a costa de los demás. La posesión de la verdad no la tiene nadie. Ríete conmigo, no de mí. Estoy muy cansado de quienes se denominan tolerantes. Se pasan la vida dando consejos a los demás. Esos consejos “mágicos” que ell@s no se aplicarán jamás. Sólo miran su propio ombligo y son un@s cracks para descubrir la paja aj

Yo jugué a las chapas

Parece de otra vida. De hecho, es de otro siglo e incluso milenio. Y sin embargo, tampoco hace tanto. O, a veces sí, a veces no… Hubo un tiempo con dos canales de TV, sin teléfonos móviles, sin internet. Sí, sí, sin internet. Si aplicaciones, ni wasap. Cuando un amigo llegaba tarde al mítico McDonald's de Moncloa, uno se iba a una cabina de teléfonos y llamaba a su casa. A veces ni siquiera sabía el número y tenía que llamar a información, donde conseguían el contacto. Llamabas a casa de sus padres y les metías el susto del momento. <<Pues Luis ha salido hace 40 minutos, ¿Cómo que no ha llegado? Que me llame cuando esté allí>>. Y llegaba. Explicaba que el metro se había roto y que si la abuela fuma y cagando leches se iba a la cabina otra vez a llamar a la madre, al borde del colapso ya. A veces, incluso metiéndole prisa a quien estaba ocupando la cabina de cháchara con alguien. Porque a las personas que nos gustaban, las llamábamos desde la cabina, para que “nadie”

El Reino de la Mentira

Había una vez un Príncipe. Era muy dichoso. Tenía un reino maravilloso y una prometida a la que amaba con locura. Se conocían desde niños y su compromiso era de amor verdadero. El pueblo, cariñosamente la llamaba, Princesa.   Eran tal para cual. Una pareja que reafirmaba la leyenda de la media naranja. Juntos sentían que cualquier cosa era posible.   Un día fueron a montar a caballo. En una mala maniobra, la Princesa se cayó. No se podía mover. Los médicos la atendieron enseguida pero su lesión era muy grave. Lo más probable era que no pudiera volver a andar.   El Príncipe estaba desquiciado. Ir a montar había sido idea suya. Sentía muchísima culpabilidad y muchísima preocupación por el amor de su vida.   Decidió que había que hacer lo imposible para que se recuperara. Contrató los mejores médicos y fisioterapeutas para que la trataran.   Ella estaba postrada en cama, en Palacio. Su pena era muy profunda. Estaba perdida.   Pasada la tormenta de los primeros momentos, empezó la rehabil

47 inviernos...y los que quedan

Pues sí. Hoy caen 47. Todavía no estoy para quitarme años a lo Marujita Díaz, pero como dato curioso, os contaré que es casi el doble de lo que vivía un David en la Edad Media. Se lo escuché una vez a un deportista y me apropié de la frase, que creo que es de Mark Twain. “La edad es un estado mental”. Y mi estado es más o menos adolescente, con lo que no voy mal. Lo interesante es el camino hasta llegar aquí. El camino, en sí mismo, lleno de aventuras y el camino como aprendizaje, lleno de enseñanzas. Hay muchos momentos mágicos en este tiempo. Y muchas desilusiones también. Como decía el gran Montes, “Salinas, la vida puede ser maravillosa”. Mi generación es la última analógica y la primera digital. Eh, y eso mola. Se echan de menos más cervezas físicas y menos chorradas sociales virtuales, pero todo tiene su punto. Nos ha tocado vivir una época apasionante. Con sus luces y sombras. Única. Era muy pequeño cuando se murió el dictador Franco, pero me fui haciendo mayor al tiem

La mirada del tigre

  Esta vez en formato video... https://youtu.be/cMxszP9Vy3M #impossibleisnothing

Cuando me reencontré con mi fantasma: Valentín

Hay una historia que siempre me ha dado mucha vergüenza contar. De hecho, la conocen muy poquitas personas y aún me sonrojo cuando la pienso. Cuando tenía 7 años y vivía en Carabanchel (en aquel tiempo el barrio era bastante conflictivo), mis padres me “obligaron” a hacer karate. Supongo que es la historia de muchos niños. Había que aprender a defenderse y nuestros padres nos mandaban a hacer artes marciales, como si fuéramos a reencarnarnos en Bruce Lee. El caso es que iba a un gimnasio del barrio. Había de todo y los dueños, amigos de mis padres, eran gente de la calle de toda la vida. Muy metidos en el día a día del barrio y conocedores de todo lo que circulaba por allí. No tenía escapatoria porque mi profe era el amigo de mi padre. Me recogía dos días por semana, me llevaba con él y luego me traía. No había excusa, aunque yo me ponía "malo" a menudo. Y lo hacía porque, aunque me encantaba el karate, al final de la clase siempre hacíamos combate. Y el cinturón más

La vida loca

Hace tiempo que comprendí que la vida es un “prueba y error”. Hace tiempo que comprendí que todo se puede esfumar en un segundo. Hace tiempo que comprendí que nada borra los momentos incrustados en el alma. Hace tiempo que comprendí que no hay paz sin guerra. Hace tiempo que comprendí que los fantasmas no desaparecen, pero se les puede ignorar.   Hace tiempo que comprendí que el mundo prefiere el morbo a la bondad. Hace tiempo que comprendí que la envidia y la vanidad son enemigos poderosos. Hace tiempo que comprendí que nos preocupa más lo individual sobre lo colectivo. Hace tiempo que comprendí que todo tiene un precio. Hace tiempo que comprendí que la compasión es una moda que dura segundos.   Hace tiempo que comprendí que el poder corrompe. Hace tiempo que comprendí que en mi mundo el esfuerzo cuesta demasiado. Hace tiempo que comprendí que nos rodea un virus peor que mil pandemias. Hace tiempo que comprendí que la oscuridad nos gana terreno. Hace ti