No todo vale...
Hace tiempo escribí algo sobre la “barra
libre” que existe en las redes sociales y la sociedad en general, incluidos
algunos medios de comunicación. No tenía intención de repetir, pero es que,
dado el panorama y las cosas que hay que leer/escuchar no me puedo quedar
callado…Ya me conocéis.
Empecemos por algo que reclamamos
todos. Se nos llena la boca con tres palabras mágicas: libertad, tolerancia y
respeto. Lo reclamamos constantemente como argumento de peso ante comentarios
de otras personas, tanto anónimas como conocidas. En este segundo caso es mayor
el revuelo que se origina normalmente y aún mayor la reclamación de esos tres
principios.
Sin embargo, eso que reclamamos para
nosotros hay una gran parte, y cada vez es mayor, de la sociedad y de aquellos
que utilizan redes sociales, que no se lo aplican. Queremos que nos traten bien
pero, ¿hacemos nosotros lo mismo con los demás?
Cuando no estamos de acuerdo con lo
que dice alguien, exponiendo su opinión, sin meterse con nadie, ¿cómo
reaccionamos? ¿O es que sólo consideramos que existe respeto, tolerancia y
libertad cuando lo dice uno de “los míos” o que piensa como yo? Y cuando no es
así es cuando usamos un sinfín de descalificativos.
Si yo digo por ejemplo que me gusta
como habla Rivera o cómo juega al fútbol el Barcelona, me cae la del pulpo.
Desde “facha” hasta “independentista”. Y esto viniendo de gente que ni me
conoce. Imaginaros en el caso de decirlo una persona conocida.
Eso sí, si digo que me encantó una
peli “snob” o que mi libro favorito es El Principito, entonces ya soy “cool”,
soy guay y empiezo a desubicar a los que me etiquetaron como pijo
anteriormente.
Sabéis qué, vivimos en un país de
bandos. Es muy triste pero es así. Hay muchos ilustres de renombre que se
encargan día a día de alimentar esos bandos, pero hay otros, muchos y muchos,
anónimos, que viven en una permanente confrontación, en un permanente
conflicto, azuzando el que unos y otros nos peguemos, sin medir las
consecuencias.
Nos dejamos influenciar y caemos en
los argumentos de otros, que probablemente están hablando de pobreza desde su
yate o de lo que mola el “running” desde una hamaca de la que no se mueven. Es
fácil hablar y etiquetar permanentemente.
Cada vez más me repulsa el
tertuliano de sofá que durante 30 minutos tira contra todo en las redes
sociales. Todo es malo, Todo es conflicto. Le gusta dividir y de vez en cuando
enseñar carnaza para que le/la sigan más y así ser más “cool”. Pero a la media
hora resulta que llega tarde a la clase de zumba y entonces ya se acaba su
cabreo con el mundo.
No podemos seguir así. Las redes
sociales serán un espejo más para nuestros hijos, que ya imitan lo que hacemos
en ellas. Son nuestra propia “revista del corazón” que en este caso es dirigida
y producida por nosotros mismos y luego vendrá de vuelta, recogiendo lo que
sembramos.
La tecnología y la democratización
de lo cotidiano que nos trae es magia. Es algo que demuestra lo increíble que
puede ser el ser humano. Es una ventana para construir muchas cosas y dar
esperanza a muchas personas. La tecnología mal utilizada o utilizada con un
discurso permanentemente destructivo puede ser un problema de consecuencias
inesperadas. Uno empieza a dar caña a todo lo que se mueve y al cabo del tiempo
se vuelve en su contra. Se inventan bulos, se menosprecia a personas, se cae en
lo que se critica y después se espera que nadie se enfade. Claro, yo puedo dar
caña pero si me la dan a mi o son demagogos, radicales, feministas, machistas,
etc.
Nos gusta criticar y juzgar. Es el
deporte nacional. Pero eso sí, pedimos que no nos lo hagan a nosotros. Somos
muy coherentes en esto.
Especialmente preocupante la actitud
de algunos medios. Sería injusto generalizar pero la tecnología permite hoy día
que algunos llamados periodistas, que desprestigian a los que realmente lo son,
den noticias o intoxiquen sin contrastar las informaciones y después ni
siquiera se retracten. La profesión debe expulsarlos de la misma, si no el
periodismo acabará como la política: sin credibilidad.
Esto no es cosa de poderosos, que
seguro que también. Somos nosotros, la gente “pequeña”, los ciudadanos de a pie.
Los que hemos convertido twitter, por ejemplo, en un bar en el que no hay
normas somos nosotros.
Es necesario que la educación
cívica, el respeto, la tolerancia y la libertad a los que tanto nos gusta
recurrir, lo interioricemos desde niños. Esta sociedad carece de referentes, de
líderes en todos los ámbitos que nos demuestren que sin ofender se puede
discutir, que sin censurar se puede explicar y que consigan que todos los
imitemos. Pero vamos mal así.
Yo no pierdo la esperanza. Pongamos
todos un granito de arena o esa media hora de cordura…
#impossibleisnothing
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