A la ville de...
Lo
recuerdo perfectamente. Era después del Mundial de México 86, donde aquellos
penaltis nos dejaron fuera en los Cuartos de Final, como era lo normal. Había
sido la segunda desilusión deportiva del año después de la Final de la Copa de
Europa perdida por el Barça en Sevilla.
Era
principio de curso, septiembre u octubre. Llegaba del cole a casa. Era la hora
de comer. Tenía 30 minutos y luego volvía a disfrutar un rato de recreo y a
clase. Pero no era cualquier día, era el día, ese día.
Yo
era “el cata”, mote puesto por un compañero y uno de mis mejores amigos. Lo de “catalán”
era demasiado largo para él y así me bautizó, y así me quedé para siempre…”el
cata”. Hasta tal punto que había profesores que no se conocían mi nombre.
Ser
catalán en Madrid, en aquellos años, siendo niño (tenía 12 años) era una
temeridad. Y eso que yo tenía pasado Madridista, pero mi uso de razón
futbolística, que empezó por aquella época (antes se iba más lento), acabó de
evangelizarme para el barcelonismo, y luego el dream team lo remató.
Había
sido un año de lloros deportivos. Sí, antes los niños llorábamos cuando nuestro
equipo perdía un evento de tal magnitud. No nos consolábamos con el móvil
después. El Barça, España…
Y
llegué a casa, donde estaba mi abuela que, con su cocido espectacular, más
caliente que el infierno, encendió la mini tele que estaba en la cocina. Lo
recuerdo como si fuera hoy. Jamás se me olvidará ese momento.
Y
apareció él, ese señor mayor. Samaranch. Y lo dijo…grabándose a fuego en mi
mente para siempre…” a la ville de” y mientras abría el sobre exclamó “andè
mamà”…y siguió…”a la ville de…Barcelona, España".
Fue
el subidón de mi vida. Uno de los primeros. Afortunadamente ha habido más y
mucho más importantes. Pero imaginar, “el cata” ganaba, habían elegido
Barcelona, en contra de lo que los otros niños querían. Había muchas
reticencias con Cataluña y los padres se lo transmitían a los hijos…y era una
victoria para mí, de alguna manera.
Me
comí el cocido prácticamente con el embudo, a pesar de lo caliente que estaba.
Necesitaba ir al cole y contarlo. Yo era el que tenía la información
privilegiada. No había internet, ni móviles y sólo los que comíamos en casa lo
habíamos visto. Respiré hondo, devoré el cocido al sprint y salí como un
Ferrari hacia el cole.
Y
llegué el primero para contarlo. Estaban mis compañeros jugando ya al fútbol
mientras otros salían del comedor. Y yo, como aquel soldado en Maratón, traía
la buena nueva. “que lo sepáis, ha sido Barcelona”. Que alegría indescriptible. Aún lo
recuerdo y os prometo que me emociono.
Mis
compañeros pasaron del “que se fastidien los catalanes” a “que bueno para
España”. No sé si por la alegría que transmitía o porque algo les hizo entender
que esto era de todos, no solo de “el cata”. Pero vieron que tenía más cosas
positivas que negativas. Y más aún al cabo de los días, cuando aquellos padres
forofos que despreciaban a los catalanes lo empezaron a ver y transmitir como
un logro colectivo.
Supongo
que hubiera sido lo mismo al revés, si yo fuera un madrileño en Barcelona y se
lo hubieran dado a Madrid. Al menos en aquel tiempo, de tanta, tantísima
rivalidad deportiva y de todo tipo. No lo sé, pero el caso es que me tocó vivirlo
así.
Luego
vinieron 6 años de preparación. Recuerdo los programas de televisión de
Barcelona 92 los sábados por la mañana. Yo era judoka y competía y deseaba que
en algún campeonato viniera la televisión a grabarnos.
Empezaron
a sonar nombres de deportes que no sabía que existían. Era muy curioso ver como
personajes tipo Fermín Cacho se convertían en ídolos por la posibilidad de… tener
una medalla. Y siendo judoka que decir de Miriam Blasco. Verla con la medalla
más adelante fue la apoteosis.
Pasaron
los 6 años. Por supuesto fui voluntario Olímpico, pero no fui afortunado en ir
a Barcelona a verlo in situ. Así, el 25 de Julio de 1992 estaba en Benidorm. Mis
padres tenían una casa allí, donde veraneaba y llevaba un mes, después de haber
acabado la selectividad y elegido mi futuro universitario. Imaginaros, 18 años,
Benidorm, verano…
Ese
día estábamos cenando y viendo la ceremonia de inauguración. Había quedado de
una forma atípica con mis amigos. La consigna era 15 minutos después de que
encendieran la antorcha. Creo que llegamos todos media hora tarde…enganchaba el
ambiente.
Y
llegó el momentazo. Después de la ceremonia bastante colorida y entretenida con
un repaso a nuestra cultura y unas actuaciones musicales de nivel (la creme de
la creme de la Ópera de nuestro país), llegó el momento. Salió España. Se me
ponen los pelos de punta al recordar el estadio Olímpico de Montjuic puesto en
pié, orgulloso de que salía su país, nuestro país. La sonrisa del abanderado lo
decía todo y las lágrimas en grada y palco lo ratificaban. Era un éxito para
todos, algo que quedaría para siempre.
Y
por una vez, lo vivimos juntos sin necesidad de tener un enemigo común que nos
uniera. Nos sentimos parte de un colectivo y, cada uno, con su granito de
arena, quería contribuir al éxito del conjunto que desde un principio quedó
claro que era más importante que la individualidad.
Fue
maravilloso. Pero hubo más. Salió mi ídolo, Juan Antonio San Epifanio. Epi. ¡¡¡Era
Epi!!!. Él era el último relevista de la antorcha. Las lágrimas no me dejaban
ver. Matías Prats y Olga Viza lo narraban emocionados y lo transmitían. Era un
momento colectivo único. Epi era un jugador del Barça pero estoy seguro que
todos los españoles, o una gran parte, nos sentimos identificados con él en ese
momento. Portaba el sueño de un país y no importaba su afiliación deportiva.
Pero
no acaba ahí, llegó Rebollo. Y fue el culmen. Esa flecha maravillosa. Con ese
truco de efectos especiales conocido años después y esa espectacularidad de
ejecución. Y encendió la llama. No sólo en el pebetero, también en el interior
de mucha gente. Era nuestro momento.
Fijaros
como fue la cosa que cuando el Rey Juan Carlos iba a declarar inaugurados los
juegos, recibió tímidos pitos por los que siempre están sembrando división.
Duraron 1 segundo, pero 1 segundo real, el tiempo necesario para que las 80 mil
personas que allí había aplaudieran sin fisuras. Su “benvinguts a Barcelona” se
ganó a todos. No hubo discusión, había un interés superior a colores y opciones
políticas o de Estado. Fue unánime. Fue la h…ia.
Después
los 16 días de gloria. Multitud de momentos que no se olvidan nunca. Los
catalanes nos hinchamos a aplaudir a rabiar a los nuestros, ya fueran de Granada,
Soria, Melilla, Donosti, Pontevedra, Madrid o Palamós. Éramos todos uno y uno
todos.
La
final de fútbol dio visibilidad de lo que allí había pasado. Un equipo de
chavales, en un ámbito que no era el suyo (la Olimpíada) con un apoyo
institucional inicial dudoso y con muchas dudas sobre hasta dónde llegarían,
fueron capaces de llenar el Camp Nou (cien mil personas más o menos entonces) y
llenarlo de banderas españolas mezcladas con senyeras, que también es una
bandera de todos. Ese gol de Quico (hoy Kiko) fue como el de Iniesta, el gol de
todo un país. Desató la locura. Qué momento.
Barcelona
92 fue unos de los momentos mágicos que Barcelona como ciudad, Cataluña como
territorio y España como país no olvidarán nunca. El impacto económico y de
cambio en la ciudad fue brutal. 19 mil millones de impacto versus 6 mil millones
de coste. Hablo de millones de euros. No hubo fisuras entre administraciones y
se trabajó a destajo por parte de todos para que saliera bien. Y asombramos al
mundo e incluso a nosotros mismos.
Pero
tuvo otro impacto. El que no se puede explicar. El sentimiento de pertenencia
que jamás se había vivido en este país. La capacidad de sumar, sólo sumar.
Hoy,
este catalán pide a los que gobiernan que se hagan un hueco en la agenda y se
vean uno de esos documentales de 40 minutos que corren por la red de lo que fue
y significó Barcelona 92. Y les pide que recapaciten, todos.
Juntos
podemos hacer cosas que incluso pensamos que no podemos. España debe revisar su
modelo de Estado y su Constitución para adaptarlo al siglo XXI. Debe haber un
retorno justo para los que aportan y unos mecanismos de solidaridad
compensatorios.
Hay
que tener en cuenta que ha habido regiones en la Historia de nuestro país que
han sustentado a otras y viceversa en diferentes momentos. No quiero olvidarme de
la industrialización del Norte, de la propia Cataluña o de la riqueza del sur
en recursos naturales. Unos y otros se han ayudado durante siglos. Busquemos el
punto de equilibrio y encaje de todos en el tema económico.
Quizás
es la clave para que volvamos a sumar y dejemos de restar. Quizás un Estado
Federal sería más parecido a la realidad del Siglo XXI. No lo sé, pero decidámoslo
entre todos, todos, y pongámonos a ello. Vale ya de escurrir el bulto unos y
otros.
Yo
quiero volver a emocionarme como en Barcelona 92, cuando un señor de Soria sube
al pódium y suena el himno nacional que la gente respeta entre la alegría
general y las lágrimas de muchos, entre los que me incluyo.
Nada,
nada es imposible de verdad. Volvamos a sumar.
#impossibleisnothing
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