Innovarse o morir...
Una
pequeña alteración lingüística pero una gran alteración conceptual. Renovarse o
morir dice el dicho. Innovarse o morir, digo yo.
Innovar
es una de las palabras de moda junto con transformar, digitalizar, renovar, emprender,
big data, block chain… pero no sólo es eso, es también una tendencia y una
necesidad, a todos los niveles. No hay posibilidad de avance sin cambios. Va
más allá que el hecho de renovar, lo incluye y además lo agiganta.
A
los que hicimos EGB nos enseñaban que la capacidad del ser humano a adaptarse
era innata, pero necesitaba desarrollarse, emulando la teoría de evolución,
enunciada en el libro “El Origen de las Especies” de Darwin. Según la teoría,
en cada paso evolutivo sólo sobreviven aquellos con mayor capacidad de
adaptación al cambio, generalmente los más fuertes.
Hoy
día se dice lo mismo, aunque de otra manera, más suave. Pero subyace la misma
idea. Sólo sobrevive aquel que se adapta, que generalmente es el que arriesga. Si
uno no evoluciona con su entorno se queda anclado en el pasado y queda en
desventaja. Necesita renovarse sí, y además cambiar el chip y desarrollar nuevas
aptitudes para su día a día en torno a ese cambio.
Innovar
va de eso, de ser capaz de adaptarse a nuevas necesidades que aparecen en todos
los órdenes de la vida. Esa capacidad de ver el cambio y subirse en él, no sólo
acompañándolo, sino controlándolo. Innovar es aprender y no dejar de hacerlo
cada momento.
Trasladado
al mundo de la empresa, todos esos conceptos del primer párrafo se agruparían
en torno a la innovación, que actuaría como el paraguas que los engloba de una
u otra manera. Las compañías están obligadas a adaptarse a su nuevo entorno,
aunque deban vencer resistencias internas al cambio. Si no lo hacen, están
condenadas a desaparecer.
Esto
quiere decir que hay un primer elemento clave. Podría ser el destinar un montón
de recursos a “inventar”. Gastarse la pasta en lo más avanzado tecnológicamente
o las mejores mentes pensantes. Pero no, eso viene después (o al mismo tiempo)
que el paso realmente diferencial.
Innovar
no es posible si a su vez no hay una acción “evangelizadora” que haga que la
organización (las personas) crean en ese cambio y lo hagan como suyo,
convirtiéndose de alguna manera en prescriptores de ello. Sólo con muchos
recursos y gente muy lista no se consigue transformar una empresa o una
sociedad.
Es
como lo del dinero no da la felicidad…aunque puede ayudar.
El
punto clave e indispensable para que se produzcan cambios es que los referentes
de la compañía (ojo, a todos los niveles) se lo crean, den ejemplo con acciones
concretas y de ese modo contagien a toda la organización para que haya cambios
culturales, manteniendo las esencias, por supuesto, pero demostrando la
capacidad de adaptarse a lo que el mundo demanda.
Innovar,
por eso, es ser capaz de cambiar el enfoque y la cultura de una organización de
arriba a abajo y de abajo a arriba. Es la capacidad que tiene una comunidad de
producir cambios culturales, en las personas, que permitan todo lo demás. A
partir de ahí, todo es posible y realizable y el desarrollo de todos esos
conceptos que mencionaba se convierte en una aventura maravillosa.
Pero
sin ese cambio en las personas, el cambio “forzado” supone una herida de muerte
en cualquier organización.
El
primer paso y más importante por tanto es la actitud. El cambio de actitud y
vencer las resistencias internas son ya una innovación en sí mismas. Insisto
que sin dar ese paso lo demás no prospera. La transformación va de personas y
las organizaciones van de personas, sin el convencimiento de cambio de esas
personas, no hay cambio en el conjunto.
Después
llega la asignación adecuada de recursos y la ejecución. Los recursos son
necesarios y limitados. Innovar es invertir, pero, también esperar un retorno,
bien económico, bien social o ambos.
No
entiendo los proyectos del “ya veremos” que no esperan un retorno económico o
social como objetivo. No es que no lo esperen, sino que no pongan el alma para
obtenerlo. La filantropía es muy bonita, pero por sí sola, en el siglo XXI,
mata a la innovación si no va claramente acompañada de un retorno económico o
social, que sea medible y palpable. Si no, no se innova, se gastan dinero y
recursos.
Por
si no se entiende, cualquier organización que quiera innovar, una vez dados los
pasos para que el cambio cultural se produzca, debería acompañar con la
asignación de recursos y plazos. Y debiera hacerlo con concreción, sabiendo que
objetivos se persiguen y haciendo a toda la compañía partícipe de ellos,
buscando un retorno económico y/o social.
Claro,
puede ser que uno lo intente y no salga. Vale, pues no salió. Fin. No hay que
torturarse (ya hay bastantes trabas administrativas que lo hacen). Si no sale,
pero hubo esa capacidad de adaptarse y esa visión de buscar retorno, hay que
aprender de la caída y levantarse lo antes posible. A nadie nos gusta perder,
pero si se pierde uno se levanta y persevera. Sin perseverar no se produce
innovación. El 99% de los intentos serán fallidos. Pues a buscar ese 1% de
éxito.
Es
muy importante que cuando no hay futuro en el proyecto uno tenga las alertas y
mecanismos adecuados para detectarlo y discontinuarlo. Sí, los proyectos,
aunque sean como hijos, si se intentan y no salen se deben discontinuar.
Tomarlo como un aprendizaje y una etapa del camino y reasignar los recursos en
buscar otro camino. Esto es fundamental ya que es la causa del fracaso de
grandes proyectos y el arrastre grandes organizaciones en su caída.
La
innovación es un mundo maravilloso. Y necesario. No son frikis ni profesores Bacterio
o chavalitos en chanclas. Hay de todo, no estereotipemos. Lo importante es que son
personas haciendo cosas que mejoran a las personas y son organizaciones haciendo
cosas que mejoran nuestras vidas, y sí, buscando un retorno con ello, no
estigmaticemos.
Tengamos
la mente abierta y arriesguemos en una aventura que merece la pena.
#impossibleisnothing
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