Renacer

Eran las 12 y 1 minuto de 2020. Iba a ser un gran año. Lo tenía clarísimo. Mucho que hacer por delante.

Como todos los finales de años nos juntábamos más de 20 personas entre abuelos, padres, primos, hijos, hermanos y brindábamos por ello. Era nuestro momento. Además, había otro aliciente, estrenábamos la casa de mi prima y la fiesta post uvas iba a ser sonada.

Habían sido unos meses turbulentos y el nuevo año se presentaba como una pista de despegue. Veía las caras de mi familia y podía palpar esa sensación en varios de los que allí estábamos. Pero, ante cualquier cambio, siempre asalta la duda. Me preguntaba... ¿Quién no hace propósitos de fin de año? y... ¿Cuánto duran?

Enero, más que una cuesta fue una montaña. Entendí que era el camino para que sucedieran cosas y, la casilla de mi cumpleaños, el 7 de febrero, la veía como el punto de inflexión.

Pero el mundo giró, como siempre, aunque en este caso lo hizo inesperadamente y nos cambió a todos la partida. Estaba tan concentrado en mi tormenta que no vi el huracán. Supongo que nos pasó la gran mayoría.

Lo que aquí pasó después no fue salvaje. Nos tocó de manera individual y nos puso contra las cuerdas de manera colectiva. Y ahí empezó todo. Generó una necesidad gigante de unir fuerzas unos con otros.

Que os voy a contar. Desde aquel 15 de marzo fatídico pasó de todo. La oscuridad. El caos. La angustia. El miedo. La película de ciencia ficción que se hizo realidad. La muerte. El fundido a negro.

La maravilla de las personas es que siempre hay una luz en la noche. Siempre. No lo olvidéis nunca. Hay que saber mirar. Y la luz apareció. La resistencia. La primera línea de héroes. Las canciones transformadas en himnos. La capacidad de adaptarnos. Y el mayor curso de formación tecnológica de la Historia de la Humanidad.

Esos miles de personas ayudando altruistamente a millones. La responsabilidad, el arrimar el hombro…y si, las pantallas de ordenador que se transformaron en un enorme corazón donde nos esperaban los nuestros al otro lado.

Como siempre pasó en el camino del hombre, ante lo peor de la naturaleza, salió lo mejor de cada uno, de la gran mayoría, y se puso al servicio de todos. Por supuesto que hubo díscolos. Fueron y siguen siendo, insignificantes.

Y el ojo del huracán pasó. No caímos que quedaba lo peor, la cola. Quisimos reconstruir muy rápido y no apuntalamos bien lo básico. Y recaímos en el error. No quisimos verlo venir. Y volvió, de otra manera, más suave pero más continua.

Nos dimos cuenta que, por primera vez en esta generación, teníamos un enemigo, no un adversario. Un enemigo con todas sus letras, que nos había declarado la guerra. Y por primera vez también, era común y esa era nuestra fortaleza.

Después de robarnos el mes de abril, el de mayo y el de junio con un ataque total,  volvió con fuerza, cambiando de táctica, con una guerra de guerrillas y así lleva desde entonces. Y duele.

Las bajas las contamos por miles. Y no son números. Son historias. Son como tú y yo. Son amigos, son abuelos, son padres, son amor que traspasa el más allá. Con todo el desgarro que nos supone, son los soldados que hemos tenido que perder, para poder ganar la guerra, que, no lo dudéis ni un minuto, la vamos a ganar.

Seguimos teniendo batallas que luchar. Estos días nos viene una durísima. Porque no toca sólo nuestro cuerpo. Incide en el machaque psicológico que lleva haciendo 9 meses y nos toca el alma y el tesoro más preciado que tenemos: el amor.

No os voy a dar mi charla moral de la Navidad. Normalmente hay mucha hipocresía en estas fechas. Este año creo que no nos vamos a quedar en la superficie de las cenas o los regalos. Creo que vamos a entender mejor que nunca el sentido y la simbología del momento.

Hoy es Nochebuena. Y va a ser difícil. Va a haber sillas vacías en la mesa. Quizás acerquemos a los que faltan través de una pantalla, como ya nos hemos acostumbrado. No nos vamos a poder tocar. Y el enemigo sigue en su trinchera esperando el momento de descuido. 

Sin embargo, nos ha menospreciado. Este día, como ningún otro, religión aparte, representa el amor. El ser humano se distingue de otras especies por su capacidad de amar. Sí, me se lo de la inteligencia, la prensión del pulgar y todo eso. Y la ciencia, y las vacunas y lo que queráis. Pero lo que nos va a dar la victoria es el amor, porque es lo que motiva lo demás.

Es un día para celebrar. Recordar a los que no están, con alegría, como les hubiera gustado. Y regocijarnos de los que sí estamos. La vida es maravillosa. Lo que nos ha sacado este año de emociones no podemos perderlo. Es la primera declaración colectiva de sentimientos que he visto en mi vida. No nos ha dado vergüenza decir un “te quiero”. Hoy es el día en que tiene más sentido que nunca.

2020 ha sido nefasto. Pero hay una parte positiva a pesar de todo. Nos ha dado unidad, cercanía en la lejanía y sobre todo, una oportunidad infinita de aprender y mejorar.

Volveremos a brindar sin sillas vacías. No es un anuncio. Es que volveremos a hacerlo. La vida, no será igual. No volveremos a esa vida de diciembre 2019. No. Será mejor. Y no porque podamos reunirnos de nuevo sin mascarillas o porque vayamos a conciertos sin miedo. No, no será por eso. Será porque hemos aprendido a demostrar nuestro amor. Y eso, es invencible.

No lo dudéis. En 2021 toca renacer. Ahora no hay que confiarse. Hemos de seguir avanzando y ganando territorio, para así reestrenar nuestras vidas. Tenemos la posibilidad de jugar una prórroga. No seamos tontos ahora y la malgastemos.

Ama, llora, ríe, grita, canta, mira, huele, siente, piensa…No te pongas freno tú a lo que un enemigo tan poderoso no ha podido ni podrá.

Exprime cada segundo.

#impossibleisnothing

 

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