Vuela alto, príncipe

Hay personas que llenan la escena. Solo con su presencia se ilumina la estancia. Lo hacen sin dar la nota, sin necesidad de aspavientos, sin gritar, simplemente estando, con sencillez, con naturalidad. Es un “carisma silencioso”. Algo que no se ve pero que tiene la intensidad del fuego.

Mi tío José ha sido una de esas personas. A sus 95 años, él y su mujer, María, han sido los abuelos de tod@s en mi familia. Abuelos, padres postizos, padrinos, tíos…siempre disponibles para el que lo necesitara, siempre con la mano abierta, con la sonrisa en el alma y con una generosidad ilimitada, ofreciéndote todo lo que tenían. Así ha sido desde que tengo uso de razón.

Y aderezado un ingrediente mágico, digno de un expediente X: un romance adolescente después de 70 años juntos. Se te encogía el corazón cuando veías cómo se miraban. Mi última vez, hace 15 días. Todos babeábamos con la demostración práctica de lo que significa esa palabra: AMOR.

Sin duda, como el resto de su generación, un ejemplo en todo y para tod@s.

Por parte de mi abuela materna eran 11 herman@s, innumerables prim@s y “allegad@s”. Tod@s nos han enseñado algo. Se repiten dos cosas: que el amor es la mayor fuerza de la naturaleza y que la fortaleza está en la unión. Así lo han vivido durante toda su existencia. Y así nos lo han transmitido.

Para nosotros, l@s "hij@s de la Democracia", la generación de nuestr@s abuel@s es una generación extraordinaria. La palabra resiliencia la inventaron ell@s. Sobrevivieron a una guerra (en mi caso en el lado malo), a una dictadura, a la pobreza, a los esfuerzos titánicos por sacar sus hij@s adelante. Y siempre con alegría, transmitiendo esperanza. Con tesón. Con perseverancia.

Siento una admiración que no cabe en este texto para poder describirla. La siento de tod@s y cada un@ de ell@s.

La tercera mosquetera que sigue por aquí es Ana. Hermana de José y de mi abuela, que se fue hace algunos años. Ellas, María, Trina, Virginia, Presenta…y otras tantas  inventaron el feminismo. Les sobraban huevos hace 80 años, sin tanto postureo y tanta tontería. Sí, en una sociedad infinitamente machista. Demostraron lo que vale una mujer, con creces. Las que quedan lo siguen haciendo, cada día.

El domingo nos dejó José. Un bajón de un mes. Un desenlace rápido, sin sufrir, con la oportunidad de despedirse y despedirnos a tod@s. Una lección de dignidad hasta el final. Porque así fue su vida, llena de dignidad. Y se fue con su discreción, su naturalidad. Con su sonrisa hasta que quedó dormido, hasta el último minuto.

Y claro, ayer el subconsciente rebuscaba en la caja gris. Y encontró.

Recordaba cuando era niño. Me encantaba que vinieran a casa de mi abuela. José me llevaba al parque. Me enseñaba a montar en bici (aunque él era más de burro). Jugaba al balón, que no es que fuera muy futbolero. Y me regalaba lo que no tenía, haciendo un esfuerzo que yo no era capaz de entender.

En Navidades, mis hermanas y yo poníamos el árbol y el belén con ellos. Luego degustábamos la cena de estrellas michelín de las abuelas. Para nosotros era la normalidad. El resto de los mortales hubiera pagado un pastón por ello. Luego, en Nochevieja, que se quedaban a dormir en casa, no nos íbamos de botellón. José y yo nos la pasábamos viendo aquellos programas vintage de después de las uvas. Incluso vimos juntos… ¡a Sabrina!

Al día siguiente,  Año Nuevo, teníamos una tradición, exclusiva de él y mía, que hoy replico con mis hijos cuando se dejan. Ver el concierto. Sus años de clarinete en la banda del pueblo, nos arrastraban a ambos a escuchar la marcha Radetzky. Luego, con mis años de Conservatorio me hacía sentir como uno de los músicos que estaba allí, en el teatro de Viena donde sucedía la escena. Me decía, “a ver cuándo tocas tú allí”. Y lo decía de verdad.

Hacer de lo extraordinario algo ordinario es una virtud que tienen muy pocos. Y él la tenía.

Por supuesto, como buen abuelo, era el manitas. Igual que María nos ha hecho y nos hace croquetas a toda la familia, José era el que llevaba el kit de bricolaje cuando tocaba hacer reforma. Y, de nuevo, sin quejas. Sin esperar nada a cambio. Con sencillez. Con amor. 

Ayer fue un día triste. Y aun así un día en el que consiguió que no se me quitara la sonrisa de la cara con todos estos recuerdos. Aquellos de niño y los de los últimos años. Aquel día, con 90 años, que se arrastraba por debajo de una valla que levantaban María y Ana, para coger cardos en un descampado. Que madre mía como me pusieron el patio al pelarlos. Claro, había sido su única comida durante años y años de post guerra. Un manjar que bien merecía un “allanamiento de morada”.

O ese momento que, con 92 años  saltaba unas escaleras para no dar la vuelta, que hacía mucho calor. Total, qué son 4 o 5 escalones juntos cuanto te contemplan nueve décadas. Ahí, solito, a pelo.

Por no hablar de nuestro encuentro familiar anual. Ese de perdidos un fin de semana en medio del campo. Donde van desde los bebés hasta los más mayores. Y ahí, quién dijo miedo. Aparecía José, en su traje de dandy, ese modelazo del año en el concurso de desfile de pasarela, bien orgulloso cogido el brazo de su nieta, como en su boda, o ese bailarín de pasodobles a los 90. O ese cantante. Esa alegría contagiosa…

Podría escribir una trilogía contando cosas de l@s abuel@s de mi familia. Afortunadamente, hace unos años, hicimos un video entrevistándolos. Y es un tesoro que se puede visitar. https://youtu.be/di5SeaYnZrY

Todo lo que cuente acabará con una sonrisa en mi cara. Como la que tengo ahora, escribiendo estas líneas. Es lo que nos han enseñado, con hechos.  Incluso en los momentos más difíciles hay que reír. Hay que vivir. Y ese es su legado. Nuestra obligación es mantenerlo y transmitirlo, como ell@s hicieron con sus hij@s y sus hij@s con nosotros.

Los que todavía los tenéis aquí, agarrarlos bien fuerte y coméroslos a besos. No seáis más cascarrabias que ell@s.

Adiós José. Nos veremos en unas cuantas lunas, en ese sarao que tendréis preparado por allá arriba. Mientras, trataremos de vivir con vuestra enseñanza, que es nuestra mayor riqueza. 

Hace dos semanas, cuando se iba de la comida que tuvimos, me agarró del brazo (que fuerza tenía el jodío), me acercó a su boca y me dijo, “te quiero mucho”. Cristalino. Yo también tío, yo también.

Gracias por lo que nos dejáis. Es el patrimonio de una generación irrepetible. Lo personalizo en los abuel@s de mi rama materna, pero podría hacerlo igual con los de la paterna. Y vosotr@s con l@s vuestr@s. Qué actitud, qué forma de afrontar la vida. Qué grandeza.

Vuela alto príncipe, tu legado queda aún más alto que el cielo en el que estás.

Descansa en paz.

Te quiero.

 

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