La gran montaña rusa...y el gato

La vida es una aventura. Con sus alegrías y decepciones. Sus victorias y sus traiciones. Sus amigos y “falsos amigos” …tiene de todo. La realidad siempre supera a la ficción o al postureo irreal de redes sociales.

Esta aventura es como una gran montaña rusa que se repite. Ni Dragon Khan ni Batman. Es todavía más desafiante. No tiene un segundo de respiro y, a su vez, lo que deseas es exprimir cada uno de esos segundos.

Empieza cuesta arriba. Es la preparación a una gran caída. Cuando la cosa se empina, está claro, vendrá el susto. Lo que acongoja más, sin embargo, es cuando no te esperas el susto, y viene. Ahí te rompe los esquemas y se te ponen los cataplines en la garganta. Es un aviso, subida, bajada, subida, bajada…

También hay curvas. Una parte son muy cerradas, de las que te tienes que agarrar muy bien. Se perciben como grandes obstáculos. La mayoría, nos los ponemos nosotros mismos. Somos nosotros los que vemos la gran viga irrompible, que realmente no existe.

Otra parte son las curvas abiertas, de esas que hacen descarrilar. No hay nada peor que pasarse de frenada. Son los errores que, por diversos motivos, cometemos una y otra vez. Los errores de amor son que nos generan una ilusión más placentera (ríete del fentanilo), aunque al salir de la curva el golpe es más intenso. Es un golpe de alma.

En la montaña rusa todo acaba con el encadenamiento de una gran caída y varias curvas, entrando en la recta final y volviendo a empezar. El ciclo se repite, pero con el aprendizaje de lo experimentado.

Hay quien sale desorientado, mareado y vomitando. Realmente es una purificación. Es expulsar ese miedo que lo ha zarandeado en el trayecto. Incluso, cuando eso pasa, dices, venga, vamos a volver a montar.

Y es que la vida es un regalo. Incluso en los peores contextos. Nos empeñamos en juzgar, reprochar, mentir, herir y disfrutar con el “yo” como estandarte. No entendemos nada. No hay nada más hermoso que la unión de almas. No de corazones, de almas. Pero claro, eso es una utopía. Si algún día os pasa, perseverar en ello. Sucede una vez de cada cien millones.

Hay casos en que la aventura es tan accidentada que se entra en pánico. Y ahí duele. Aparecen esos bloqueos. Los más expresivos, lloran. Es normal, es una reacción de defensa y sienta muy bien.

Lo peor en esta aventura, siempre son las decepciones. Parejas, amigos y personas que queremos. Dos matices de ellas que he aprendido. La primera tiene que ver con el amor. El amor es incondicional, una unión de dos, siendo cada uno, uno mismo. Apoyándose y sin juzgar. Hablando y confiando, sin mentir. Incluso haciendo daño si es lo necesario para ser sincero y justo. Las personas de buen corazón no quieren herir a los demás y luego las cosas se complican. Si no existe esa complicidad y esa fusión, es otra cosa, pero no amor.

La segunda tiene que ver con la amistad. La amistad no se negocia. No es un mercado persa. Si alguien te dice que es tu amigo y no tiene tiempo para ti, no te engañes. No es amistad. Es otra cosa. Los amigos confían, se escuchan, se divierten, ríen y lloran juntos. Es muy importante rodearse bien. Marca tu vida.

Afortunadamente las alegrías superan las decepciones. La mayor de todas es la de los hijos. Prolongaciones de nuestro ser, con su propio yo. Almas que envuelven la nuestra y por las que daríamos la vida. No somos capaces de visualizar los sacrificios que nuestros padres hicieron por nosotros. Comprendemos algo cuando nos toca a nosotros con nuestros hijos. Es el cambio más radical de la vida.

Por último. La vida hay que exprimirla. Teresa de Calcuta tenía un poema maravilloso sobre ello. Aún así, a veces hay que morir. Que ironía, vivir para morir para volver a vivir. Es la Resurrección de lo más profundo de nuestro ser. Sólo se entiende cuando sucede. “Morir” es muy doloroso. Se “muere” por la acumulación de errores y para cerrar heridas. Incluso a veces por el arrastre de los errores de otro, que en el fondo son tuyos. En la vida y en la muerte, estamos solos en los momento más profundos y desafiantes. Que no te cuenten milongas.

Pero luego, Renacer, es algo maravilloso. Ser un bebé de nuevo con curiosidad e interés de cualquier cosa. Despertar a un futuro mejor en el que nunca es tarde para vivir.

El otro día, en plena sierra, tuve la suerte de tener un gato recién nacido en mis brazos. A mi no me gustaban los gatos hace un par de años, pero les voy encontrando su punto. Este me miró y se me clavó como un cuchillo en la retina. Quizás era una emulación del Ave Fénix. Había un mensaje subliminal e invisible: ¡Vive!

#impossibleisnothing





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