El pueblo sabio
En un lugar muy, muy lejano, había una vez un pueblo donde todos los habitantes eran sabios. Cuando uno preguntaba a otro por un asunto concreto siempre recibía una respuesta inteligente, argumentada, basada en su conocimiento y comunicada con gran ocurrencia.
Era un pueblo que vivía en armonía, o eso decían. Un pueblo solidario en la desgracia, abierto al que venía a pasar unos días para conocerlo, alegre cuando había un gran éxito conjunto. Era un pueblo arraigado a su tierra, con múltiples tradiciones, con una gran capacidad de improvisación y con una estructura económica y social que había permanecido sin cambios durante mucho tiempo.
Cada vez que un forastero llegaba se le hacían dos preguntas. De dónde eres y por qué has venido aquí. La respuesta podía condicionar el comportamiento del pueblo hacia el visitante. Al ser un pueblo sabio todo el mundo sabía que no era lo mismo un señor rico que venía a pasar unos días a uno pobre, que no era sabio (por eso era pobre) y que venía para quedarse.
Era un pueblo que se definía como abierto y tolerante. Al ser sabio todo el mundo sabía que una respuesta distinta a la que daría un miembro del pueblo no era posible y por lo tanto el visitante que la diera debía ser de un coeficiente intelectual bajo.
Era un pueblo que había progresado mucho. Había pasado de trabajar para sobrevivir a trabajar para poder tener más cosas. Sin embargo llevaba años estancado y las cosas empezaban a funcionar mal. Todo estaba basado en un sistema de producción muy antiguo. Como era un pueblo sabio todo el mundo sabía que si una cosa funcionaba no había que cambiarla. Si los pueblos de alrededor cambiaban sus sistemas debían estar equivocados porque les suponía un esfuerzo y los frutos eran a muy largo plazo.
Tenía una organización única. Cada calle del pueblo, 17 en total, tenía su propio sistema de toma de decisiones. De este modo había calles que estaban más avanzadas que otras, pero como era un pueblo sabio había un mecanismo de compensación por el que los jefes de cada calle se reunían con el banquero para pedir prestado y que todas las calles estuvieran iguales. Después los ciudadanos pagaban muchos impuestos para poder pagar esos préstamos. Todo el mundo sabía, porque era un pueblo sabio, que si no te llega el dinero puedes pedir prestado sin límite porque el banco siempre responde y los jefes de cada calle lo estimulaban.
Un día llegó un forastero. Como era costumbre el primer vecino le hizo la primera pregunta, "¿de dónde viene usted?".
La respuesta sin embargo le dejó un poco desconcertado, "vengo de un pueblo más sabio que este".
El vecino sin embargo reaccionó. "Oígame usted, este pueblo es el más sabio de todos, todo el mundo lo sabe, seguramente su pueblo será muy sabio pero no tendrá ni el sistema económico de este, invariable durante años, ni la organización descentralizada por calles ni el banco que compensa todo. Por supuesto no concibo pueblo con la tolerancia como este. Seguro que está equivocado"
Y el vecino prosiguió con la segunda pregunta, ¿"y qué ha venido a hacer?"quedarme para enseñarles"?
Ahí al vecino le dió un ataque de risa. "¿Enseñarnos a nosotros?. Jajaja".
Inmediatamente fue acomunicarlo al resto del pueblo a través de la televisión y radio independientes. Llamaba "señor muy gracioso" al forastero.
El caso es que el forastero se quedó. El pueblo, como era muy tolerante y sabio, le ignoraba pues todo el mundo sabía que el visitante estaba equivocado y por tanto lo mejor era dejarle sólo para que se diera cuenta del error.
El destino hizo que una noche se produjer un gran incendio en las afueras del pueblo. Un rayo, caido cerca de una hierba seca, comenzó el gran fuego. Era un fuego incontenible, en pocas horas estaría dentro del pueblo. Los vecinos se organizaron "como siempre". Cada una de las calles, a su manera, formó una cadena humana donde se pasaban un cubo de agua de uno en uno.
Sin embargo no era efectivo. El fuego, ayudado por el viento, avanzaba con fuerza. La desesperación empezaba a verse en sus caras.
Y el pueblo, sabio, pero desesperado, abrió la mente a otra posibilidad para acabar con el fuego. Fué cuando el forastero les dijo que él tenía experiencia, y pese a la reticencia de los jefes de cada calle y de muchos vecinos, la desesperación hizo que se pararan a escucharle.
Organizó tres grupos. El primero cavaría una zanja profunda y ancha alrededor del pueblo. Esta zanja haría de cortafuegos y permitiría detener el avance.
El segundo construiría unas mangueras suficientemente largas, desde cada una de las piscinas del pueblo y desde el pantano cercano. Utilizaría bombas de presión y atacaría al fuego por el centro y los flancos.
El tercero remataría la tarea. Cuando una zona estuviera apagada cuidaría que no se volviera a reavivar.
El fuego avanzaba. Pero la zanja lo detuvo. El ataque coordinado del pueblo lo debilitó y el remate del tercer grupo lo apagó
Y en ese momento el detino hizo que lloviera. La suerte se alió con el cambio de estrategia del pueblo y el incendio quedó extinguido.
Al día siguiente el pueblo estaba muy agradecido al forastero. No habían sabido ver las nuevas ideas, las nuevas posibilidades y oportunidades que podía ofrecerles simplemente el pensar que no eran tan sabios.
Tuvo que pasar, pero gracias a que pasó el pueblo se convirtió en un pueblo "normal", sin sabios, con tolerancia y cambió su propio sistema económico y organizativo arcaico. Nunca más les pillaría desprevenidos una amenaza que pudiera hacerles desaparecer...
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