El tamaño no importa

Reunión de amigos. Uno dice, - <<oye, ¿sabéis que me ha tocado un viaje al Caribe?>>. Otro contesta,   - << ufff cuidado con eso, que normalmente te mandan a sitios infumables. A mí me tocó uno a China y claro, como no hay tanto turismo pues el hotel estuvo genial y los sitios espectaculares>>. El primero vuelve a decir – <<que bien. Bueno yo espero que podamos disfrutar de la playa y de un poco de relax>> y el otro nuevamente replica – <<tener cuidado no os pille un huracán…. >>

Y así hasta que alguien “cede”. ¿No os ha pasado nunca?

El ser humano es así. No es bueno ni malo. Es así. El primer amigo se quedará sorprendido y el segundo orgulloso de que ha alertado a su colega. Pero algo subyace siempre en esas discusiones y es a ver “quien la tiene más larga”.

Quién es el que más trabaja, el que más sacrificios hace por la familia, el que se lo monta mejor el sábado, el más deportista, el que va a pillarse el Ferrari, el más solidario, el que más apadrina….

Nos pasamos el día compitiendo contra nuestro alrededor. Es fruto de nuestra propia naturaleza, de la sociedad, de la educación y de “la presión” del entorno. Y además de nuestro propio orgullo. Lo hacemos como que no queremos pero como que sí. En las discusiones tenemos que “llevar la razón” tenemos que “ganar”. No cabe otra. Son muy pocos los que consiguen abstraerse de esto y enfocarlo distinto. A esos pocos los admiramos todos, aunque después no los imitemos.

No se trata de inteligencia. La inteligencia sólo sirve a uno mismo a no ser que inventes algo que repercuta en la sociedad. Ser muy inteligente, o creer que se es muy inteligente, puede ser un lastre en ese sentido.

Se trata de corazón. Y todos, hasta los más fríos, tenemos ese corazón, entendido como orgullo. Eso, como ya dije en otro post, está muy bien si lo sabemos canalizar hacia el no rendirse, hacia esa milla extra de energía que nos ayuda a progresar. Pero cuando se canaliza a estar siempre en posesión de la verdad no creo que sea demasiado bueno.

Quizás, a los de la sangre caliente, nos / os interesa respirar antes de hablar. Pensar en que los calentones no se saben cómo acaban. Y tal vez a los inteligentes nos / os interesa evitar el sarcasmo, pensando que el otro es más tonto que tú.

La “verdad” se defiende con argumentos y hechos. Y ni siquiera así es la “verdad” porque siempre habrá alguien descontento. Hasta los personajes más admirados tienen sus detractores. Se trata de un ejercicio consigo mismo, ahí está la verdadera competición, y no con los demás.

Siempre lo digo. El peor juez de uno mismo es exactamente ese uno mismo. Nadie más auto crítico que yo para darme caña, sobre todo en los temas que más me motivan. Cuando veis a gente que parece que “pasa” de todo o que está por encima del bien y del mal eso es así hasta que le tocas en lo que realmente le interesa. No me gusta el fútbol ni los toros, pero como me hables de carreras de elefantes que me encantan ya no soy tan pasota. Algo así.

Ya hablé del orgullo. El orgullo en su parte más negativa se llama envidia. Esta es sana o cochina según se mire. Pero nos paraliza y bloquea, obsesionándonos con algo o alguien.

Y digo yo…toda esta energía que perdemos con tanta paranoia y “paja” mental, ¿y si la canalizáramos a preocuparnos menos del vecino y más a mejorar nuestro alrededor? ¿Qué más da que el viaje a China sea mejor o que hice el mejor máster o que me levanto a las 5 y trabajo 14 horas por el bienestar familiar? ¿Qué más da ser un atleta o no, si no te dedicas al deporte profesional? No se trata de tenerla “más larga”. No va de tamaño, va de sensibilidad.

Si nos pudiéramos aplicar el olvidarnos del vecino y mirarnos a nosotros mismos, sin afán de competir con el de al lado, sino con uno mismo, el mundo sería mucho más sano… No hace falta un “y yo más” para ser mejor persona.


Seguro que se puede.

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