¡Yo no soy un algoritmo!

Según el diccionario de la RAE, un algoritmo es un "conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema."

La palabra algoritmo tiene origen árabe ya que se atribuye su "descubrimiento" al matemático Al-Khwarizmi, que nació en la Edad Media en una de las zonas de lo que hoy se conoce como Uzbekistán, en Asia central.

En términos informáticos un algoritmo es una secuencia de tareas lógicas que permiten representar datos como secuencias de bits. Un programa es un algoritmo que indica al ordenador qué pasos específicos debe seguir para desarrollar una tarea.

Vamos, que un algoritmo, dicho para profanos como yo, es la formulita o las formulitas que tratan de agrupar y explicar una serie de pautas o patrones dentro de una secuencia. Por ejemplo, si hoy llueve usaré un paraguas.

En estos tiempos cada vez más convulsos y donde se busca con ahínco ser “cool”, leo en la prensa que algún científico de renombre dice que en el futuro habrá humanos poderosos y "marionetas" (más o menos como ahora). Pero la diferencia no estará tanto en la pasta que tenga cada uno (aunque en el fondo sí) sino que estará en la capacidad de generar, controlar, diseñar, y todo lo que se os pueda ocurrir sobre los algoritmos. El oro del futuro será el control de los algoritmos, y los que los posean serán los dueños de nuestro destino, como máquinas.

Es un punto de vista, pero no cuela. Corazón, alma, sentidos... ¿os suenan? Me niego a que se paute nuestro comportamiento a través de códigos binarios o expresiones matemáticas. Hay algo que la lógica no entiende y que por tanto no se puede sistematizar. Se llaman emociones.

Cuando era un niño y no existía ni internet, ni twitter, ni smartphones el debate (profundo) con los colegas se resumía en si éramos productos químicos y nuestras reacciones emocionales no eran más que la mezcla de los mismos. Vamos, que en plena efervescencia adolescente la pregunta era si el amor es química o no. Mi respuesta siempre era, es y será la misma. NO.

El amor, la bondad, la lealtad, etc, pueden conllevar reacciones químicas pero no se originan por ellas. Se originan porque somos seres maravillosos, capaces de arruinar la vida a nuestros semejantes o de hacer cosas inimaginables por ellos. Nuestro software tiene un intangible, imposible de ser programado.

En el futuro, y también en el presente, nuestra manera de relacionarnos con los demás, de vivir nuestro día a día, de facilitarnos una vida mejor, se apoya y se apoyará mucho en la tecnología. La tecnología es un gran aliado. Pero debe serlo para mejorar. Algoritmos como fórmula de ayuda serán bienvenidos, pero como forma de controlarnos…no se yo.

Me niego a pensar que el medio se convierta en un fin. Me niego a pensar que como seres humanos acabemos basando nuestras relaciones y nuestras discusiones en 140 caracteres, sin mirarnos a los ojos. Me niego a pensar que el amor acabe siendo una fórmula.

Yo no soy sospechoso de oponer resistencia al cambio. Me encantan. Creo que son positivos, a la larga siempre lo son. Pero no vamos a ser “marionetas” bailando al son de un señor que nos manipula a través de fórmulas matemáticas.

Así que, señor del artículo. NO se lo compro. En el futuro, como hoy, como siempre, la gente que tendrá “control” (no me gusta esa palabra) o capacidad de persuasión, influencia etc. sobre los demás, no serán aquellos que desarrollen algoritmos que nos emboben x minutos de nuestro día a día, serán aquellos que sean buena gente, en los que pueda confiar, en los que me apoye cuando necesite consuelo y con los que me enfade mirándoles a los ojos. Es decir, como siempre ha pasado, serán mis semejantes.

Espero que los algoritmos y sus dueños consigan ese poder que ansían porque desarrollan cosas que nos hagan mejores y que hagan al mundo mejor. Estaría bien que aquello que nos beneficia a muchos pudiera beneficiar a todos y la desigualdad se hiciese más pequeña…

Yo por mi parte…seguiré sumando con los dedos, de momento.

#impossibleisnothing


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