¿Me va a quitar el trabajo un algoritmo?
Asistimos
a una revolución tecnológica sin precedentes. En los años 70 y 80 ya nos pintaba
Hollywood un futuro de ciencia ficción. Los coches se conducían solos, el
hombre iba al espacio, las máquinas hablaban entre sí…Parecía mágico.
Hoy esa magia está más cerca.
Esta
nueva era de algoritmos, internet de las cosas e inteligencia artificial
produce sentimientos encontrados. Por un lado, nos ayuda a tomar mejores
decisiones en nuestras vidas, a tener otras vías de relación con nuestro mundo,
y, en el horizonte, a democratizar aquello que antes era sólo privilegio de unos
pocos. Es decir, nos hace la vida más fácil, en un entorno tan dinámico como en
el que estamos. Y algo que parecía más difícil, nos ayuda a reducir
desigualdades.
Pero
por otro lado genera mucha incertidumbre y preocupación. Muchos se preguntan por
el futuro de sus empleos ya que las máquinas van a ser capaces de hacer muchas
cosas que ni imaginábamos. Automatizarán tareas, e incluso interactuarán entre
ellas de manera inteligente.
¿Tiene
sentido estar preocupados?
Hagamos
un poco de Historia. Es bueno entender de dónde venimos para comprender hacia donde
vamos.
Veréis,
esto es una constante desde la Prehistoria. Ya por Paleolítico el hombre
aprendió a manejar el fuego y calentarse (que era mucho). En el Neolítico inventó la
agricultura y la ganadería, lo que facilitó su asentamiento en un mismo lugar. En
la Edad de Metal aprendió el uso y manejo de herramientas pasando de la cueva a otro tipo de construcciones.
Y
así fue descubriendo e inventando cosas que a su vez fueron mejorando su
existencia, corta por aquel entonces.
Pero
el punto de inflexión, donde todo se desbordó, apareció al tiempo de la Revolución
Francesa (1789). Hasta entonces vivíamos en un mundo oscuro, feudal, donde la
nobleza y el clero tenían un control casi absoluto de la economía y la cultura.
Eran relaciones de vasallaje o mecenazgo y el pueblo se limitaba a producir
bienes y servicios en régimen artesanal, organizado mediante gremios en muchos
casos, pero con una total dependencia del señor de las tierras de turno.
En
Inglaterra, por esas fechas (1780), se habían perdido las colonias del Norte de
América. Además, un siglo antes, se había institucionalizado el Parlamentarismo
(1688) mediante el “Bill of Rights” de la Revolución Gloriosa, consiguiendo que
el Parlamento prevaleciera sobre la Monarquía. Esto favoreció que la Burguesía
(la clase social con un poder adquisitivo mayor, mercaderes, comerciantes, emprendedores) se aliara con la nobleza
promoviendo la expulsión de los campesinos de sus tierras y convirtiendo las
mismas en grandes centros agrícolas y ganaderos. Fue el inicio de la migración
de esos campesinos a las ciudades, ampliando las urbes y abasteciéndolas de un exceso de mano de obra “barata”.
Y entonces se produjo lo inevitable. La bomba explotó y se desencadenó una revolución tecnológica sin
precedentes, conocida como “La Revolución Industrial”, en la que
la burguesía se hizo con la mayor parte del Capital (fábricas, centros de
producción, etc.) y los, antes campesinos, se convirtieron en el proletariado.
Nació la producción en serie y el éxodo del campo a la ciudad fue masivo.
Desde
el punto de vista social supuso un cambio profundo. El mundo nunca sería igual.
Nació la organización industrial del trabajo y la unión de trabajadores y como no, trajo consigo una
ola de incertidumbre.
Pero
lo cierto es que, a pesar de la intensa transformación colectiva, y del
pesimismo de grandes mentes del momento como David Ricardo (prestigioso
economista), la población de Inglaterra se triplicó, la seguridad de las
ciudades mejoró, la esperanza de vida pasó de 35 a 50 años, el salario medio
creció y la máquina de vapor de Watt cambió para siempre las relaciones
comerciales y la movilidad física a través del transporte. No se destruyó
empleo, se generó empleo para un tercio más de población activa. Nuevos empleos
que demandaron más formación y por tanto implementar sistemas de educación nuevos.
Y
sí, fue duro el cambio e inicialmente generó miedo y resistencia. Se pasó del
señor feudal al capitalista burgués, pero con unas reglas de juego nuevas. Por
supuesto que muy mejorables y que trajeron consigo muchos vicios de los
que alguno hoy perdura, pero transformó la sociedad y a la larga mejoró la
calidad de vida del hombre.
Como
continuación de aquella Primera Revolución Industrial, hacia mediados / finales
del siglo XIX llegó la Segunda. Fue continuación de la anterior, reincidiendo
en la mejora, tanto de sistemas de producción como de medios de transporte. La inicial
incredulidad fue seguida de progreso y la vida de la gente mejoró más. Las ciudades
se confirmaron como centros de vida y la sociedad avanzó hacia sistemas
políticos en los que predominara la democracia. Por fin se empezó a hablar
(levemente) de algo impensable entonces: el papel crucial de las mujeres y la necesidad de igualdad.
La
esperanza de vida, la economía, la medicina, la educación, etc., mejoraron y ya
no eran el monopolio de unos pocos. Y esto a pesar de los dos conflictos que siguieron a aquel desarrollo industrial y que marcaron el siglo XX, propiciados por los avances en la
tecnología militar. Conflictos crueles que sacaron la peor cara del ser humano. La máquina de matar no fué el desarrollo, fué el ansia de poder y venganza del hombre.
A
pesar de ese lado más oscuro y absolutamente infame, se generó empleo masivo.
La población del planeta se duplicó y emergieron nuevas profesiones,
inimaginables entonces.
En
todo el proceso de Revolución Industrial, el buen uso de la tecnología mejoró
la vida de las personas y creó empleo. Sin embargo, el mal uso genero conflicto
y guerra. Si no hubiera habido desarrollo tecnológico, ¿Cómo estaríamos hoy?
¿Estaríamos?
Y
llegamos al momento actual. Los algoritmos y sus derivadas nos dan mucho miedo.
¿Controlarán nuestra privacidad?, ¿nos quitarán el trabajo?
Como
podéis deducir no son preguntas nuevas. En cada salto cualitativo anterior
surgió la misma pregunta. Y los hechos nos dan la respuesta. El cambio
tecnológico conlleva un cambio social y de organización laboral y educativa
distinto. Van de la mano. Ello nos lleva
hacia un mundo con mayor igualdad (y ya sé que queda muchísimo
por hacer, pero menos que antes), con una calidad de vida mejor y una esperanza
de vida sin precedentes. ¿Eso es mejor o peor?
Las
profesiones más demandadas en 10 años probablemente no existan hoy. El 75% de
las empresas actuales se han creado en el siglo XXI. Es decir, han desaparecido
miles y miles de empresas que existían en el siglo XX y se han creado aún más
en el siglo XXI de tal manera, que a pesar de la crisis económica feroz que ha agitado
el mundo, existen más puestos de trabajo que antes, más globales y que
requieren nuevas capacidades que es necesario adquirir.
Dicho de otra forma, el 75% de los trabajos que harán nuestros hijos, no existen
hoy. Y sin embargo se formarán para ser capaces de ejecutarlos y de adaptarse a
los cambios que surjan cuando tengan nuestra edad. Y todo ello a pesar de las
grandes “amenazas” de algoritmos y automatización, que cambiarán la ejecución
de muchas tareas, pero no reducirán la necesidad de las personas.
¿Realmente
alguien tiene miedo? A mí me parece una suerte…es un futuro apasionante. Se
trata de que haya visión y valores.
Porque
hay algo fundamental en todo este proceso de cambio. Algo que debemos aprender
mirando al pasado y tener muy claro ahora y para lo que viene: son
las personas. Nuestras emociones, nuestros valores, nuestra fuerza…la fuerza
del amor. Ninguna máquina podrá adquirir esas capacidades y nunca podrá
reemplazar a las personas.
Tener
miedo de que la tecnología nos haga empeorar y que nos destruya es tener miedo
del propio ser humano. La pregunta no es si la tecnología nos va a “robar”
nuestro trabajo o convertirnos en “Un Mundo Feliz” de Huxley. No, la pregunta
es si el ser humano está preparado para, por primera vez en su Historia, tener
herramientas que nos convierten a todos en iguales desde el punto de vista de
las oportunidades.
Es más, ¿está preparado para convertir las, antes relaciones
de subordinación, en ahora relaciones colaborativas donde todos ganan? Ese es el
miedo, no el algoritmo que pueda rastrear si nos conectamos a unas páginas web
u a otras.
Y
la respuesta, para mí, está clara. Educación, formación, valores, objetivos
colectivos y creer en que se puede construir siempre una situación, un mundo
mejor.
Yo
creo en ese ser humano y por eso sé que no hay nada que temer…
#impossibleisnothing
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