Equivocarse…reconocerlo…avanzar


Equivocarse es un ejercicio muy sano. Y muy útil. Consigue algo de una manera efectiva: que aprendamos y a la siguiente vez lo tengamos en cuenta. Mola.

Es algo que además hacemos todos. Sí, si todos. E incluso somos capaces de decirlo sin rubor, así en genérico. ¿Quién no afirma con orgullo que se equivoca todos los días? Y además de una manera muy positiva. Es un efecto colateral de modestia y reconocimiento que también mola.

Y ello nos hace crecer, Todos lo decimos. Gracias a que aquí la cagué, allá lo hice mejor. Si no hubiera fallado la primera vez no hubiera aprendido. Es un mantra general. La tercera parte molona de esta maravillosa cadena.

Pero tiene truco. Sí amigos, tiene truco, oh yeah. Todos nos equivocamos, es cierto. A diario y muchas veces. En cosas intrascendentes (echar sal al café en vez de azúcar) o en cosas serias (mandar a otra cuenta corriente una transferencia). Influyen muchos factores y hay un efecto experiencia que se adquiere que es tremendamente útil a futuro.

Y he aquí el truco. Ni el 10% reconoce el error concreto. Se reconoce el error genérico: “yo me equivoco mucho todos los días”. Pero no el error concreto, “no fui yo, es que se puso a llover”, o “Pepito me lo dio mal y por eso estaba erróneo…”, etc. A la hora de reconocerlo, cuando alguien nos pide la explicación, siempre hay una excusa o un tercero a quien endosarle el marrón. Eso ya no mola tanto. El ejercicio de honestidad general se desintegra cuando nos toca la aplicación práctica a algo concreto.

El ego, el orgullo, la envidia, la vergüenza, los celos, la inseguridad, la desconfianza, la mala fe, la ignorancia y un largo etcétera son las razones de fondo que nos llevan a engañarnos a nosotros mismos y al resto. Nos cuesta mucho asumir que otro puede tener razón y nosotros equivocarnos. Es propio de nuestra cultura donde en la práctica nos mola ser “el que la tiene más larga”. El “y yo más” no es sólo de políticos, es de nosotros, de la “gente pequeña”. Está en nuestro ADN social.

Podríamos poner miles de ejemplos cada uno. Miles de ellos en los que siempre hablaríamos de un tercero, más o menos cercano, que no reconoce. Pero no de nosotros, deshaciendo el argumento inicial de admitir que nos equivocamos mucho.

Si sólo el 10% es capaz de reconocerlo, no más del 5% es capaz de pedir perdón y hacerlo de una manera sincera. Implica “perder”, decirle al otro “que me ha ganado” que “lleva razón” y, madre mía, eso es un pecado mortal. Que si, que sí, que si hablamos en general todos lo hacemos mucho, pero en la práctica sobre algo específico…¡ni de coña!

Sin embargo, nuestra incoherencia se demuestra aún más cuando vemos a alguien que lo hace. Si alguien, públicamente, dice que fue el que se equivocó en tal informe, o el que se equivocó en tal asunto con un amigo o su pareja, una porción pequeña del resto puede reírse y chismorrear, pero a la mayoría se nos ponen las lagrimillas en los ojos y admiramos ese gesto de honestidad. Es curioso, no nos gusta que nos vean reconociendo que la hemos cagado, pero sí nos gusta cuando alguien lo hace y pide perdón, de manera sincera, por ello. Ahí nuestro ADN social también se posiciona favorablemente a otorgárselo y empatizar con las circunstancias de la equivocación. La verdad es que somos unos seres muy raros.

Y digo yo, ¿no sería más fácil, que, en ese ADN sociocultural, desde pequeñitos, en casa, aprendiéramos que es bueno equivocarse, reconocerlo, admitir la responsabilidad y pedir perdón? ¿No nos iría mejor si en vez de perder el tiempo en ver cómo puedo endosarle la responsabilidad a otro buscáramos la solución? ¿Somos capaces de reprogramarnos y enseñar a nuestros hijos que es posible hacerlo así? Ah, que eso incluye darles ejemplo…ufff, que pereza.

Pues sí. Nos toca. Tarea difícil, pero de las que mejoran el mundo. No tenemos excusa. No hay que dilatarlo más. Podemos tragarnos el orgullo de vez en cuando y buscar el lado constructivo. Se puede reconocer el fallo ante un jefe o en una reunión con compañeros y construir a partir de ello. Se puede, por ejemplo, diseñar una propuesta para evitar que nadie vuelva a cometer ese tipo de error y mejorarla entre todos. Se puede aprender del fallo y tener la humildad y los hu**os suficientes para reconocerlo.

Igual con la pareja, familia y amigos. Podemos tener opiniones distintas y buscar puntos en común, pero eso es otro tema distinto al que hablamos. En este se trata de reconocer que uno la fastidió en algo concreto. Se trata de tragarse el ego y aceptarlo. Y va más, de pedir perdón y tratar de arreglar el desaguisado para que no vuelva a pasar. No confundamos tener opiniones distintas (muy sano y necesario también) con saber que "lo hice mal y pido perdón por ello".

La experiencia se construye a partir de las pruebas y errores. Aunque no lo admitamos ni pidamos perdón en la mayor parte de las veces, todos lo sabemos. Los peores jueces de nosotros mismos somos, nosotros mismos. No reconocérselo a un tercero no significa no ser conscientes de que “fui yo”. El paso de admitirlo es un ejercicio de coherencia y humildad maravilloso. Lo que nos tiene que enseñar es a mejorar.

El ego, en público, es un gran enemigo. La humildad y la honestidad son armas imbatibles. No seamos tan tontos de pensar que “se la vamos a colar” al otro. La razón siempre se abre paso, es una cuestión de tiempo. Mejor no redundar en el error buscando a alguien a quien hacer culpable. Más sencillo construir.

Recalco lo que he dicho varias veces en el blog. Somos un 99% responsables de todo lo que nos pasa, lo controlemos o no. Nuestra capacidad de reacción no puede ser buscar culpables, sino buscar soluciones.

Estoy convencido que, si predicamos con el ejemplo, tarea harto difícil, y enseñamos a nuestros hijos a que este es el camino, construiremos una sociedad mucho más justa y bondadosa. Empatizar con el otro y entender sus por qués y a la inversa es algo que nos emociona a todos y que sirve para que mejoremos. Enzarzarnos en disputas y enquistarnos en “ser más listos que el vecino”, nos cabrea y debilita a todos llevándonos al desastre. ¿Por qué no optar por el camino bueno?

Que no sean sólo palabras. Apliquémoslo. La segunda vez será más fácil que la primera.

#impossibleisnothing



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