Y lo que opinen los demás, está de más
El
título del post es una frase de una maravillosa canción de Mecano por allá por
1986. Relataba el amor y la sensualidad entre dos mujeres en los años 80,
cuando existía todavía una represión sexual importante en España y cuando la
homosexualidad era una “enfermedad” sin cura para muchos.
En
la canción, su letra, maravillosa, venía a decir que lo importante era la
esencia, el amor entre dos personas, en este caso dos mujeres, sin importar
todas las opiniones en contra y prejuicios de la época.
Años
después, en 2005, en aquel mítico discurso a estudiantes de Stanford, Steve
Jobs les aconsejaba que no malgastasen su tiempo viviendo la vida de otra
persona. Era un discurso basado en vivencias personales y las de este genio de
la innovación, en ese plano, habían sido bastante agridulces. Su mala relación
inicial con su hija y su amargo carácter, sin duda habían pesado en la forma de
relacionarse con los demás, a pesar del innegable talento.
La
de Jobs, era una afirmación rotunda. No cabían medias tintas ni aclaraciones
del tipo de que, en la vida en pareja existe el consenso, sobre todo cuando hay
hijos de por medio, y no todo es blanco o negro. Hay que buscar consensos,
aunque no parece que fuera el punto fuerte de Jobs.
Sin
embargo, uniendo ambas historias, yo estoy de acuerdo en lo esencial. Uno debe
ser coherente consigo mismo, independientemente de lo que opine el resto y de
los prejuicios que se afronten. No se puede pretender que nuestras decisiones
gusten a todo el mundo, ni tampoco obviar que vivimos en comunidad, y por ello
estamos sujetos a unas mínimas normas de convivencia y entendimiento.
No
es excluyente. Sé tú mismo. No hay peor juez de uno mismo que uno mismo.
Arriesga y arrepiéntete al final de tus días, si toca, de cosas que hiciste,
pero no te arrepientas porque dejaste de hacer. Prueba, experimenta, vive, y al
mismo tiempo respeta. Una persona, una pareja, un país, una familia son ellos
mismos y sus circunstancias. Los prejuicios, los juicios de los demás, las
opiniones, los consejos, muchas veces obvian el contexto y hacen más daño que
beneficio. Por eso, en el nivel que corresponda, esos individuos, parejas,
país, familia, deben tomar sus decisiones sin miedo a “que dirán” los demás y
arriesgar, sin perjudicar, pero olvidándose de clichés e ideas preconcebidas.
Es
importante reflexionar sobre qué es eso del “qué dirán”. En mi época adolescente
y universitaria era uno de los mayores frenos a mi generación. En todo. En lo
personal, en lo profesional, en lo económico, en lo sexual, en todo. Importaba
más el corrillo de cotillas hablando de ti y de lo que hacías o no hacías, que
el poder avanzar sin miedo. Era una cortapisa muy importante. Probablemente su
consecuencia es que mi generación ahora, a los cuarenta, se ha desmadrado un
poco y vive una segunda adolescencia sin freno, que mola, pero algo desfasada.
Hemos perdido el miedo, eso sí, nos ha costado tiempo.
Afortunadamente,
los que vienen detrás no tienen que luchar contra esos clichés, o al menos de
la misma manera. Vienen de serie con la mente limpia de prejuicios, y solo el
mal ejemplo de algunos de sus mayores les van insertando estereotipos
infundados. La buena noticia es que también absorben muy rápido lo que es positivo
para todos y tiene muchas más herramientas para construir un mundo mejor. Ahora
falta que lo vayan ejecutando.
A
mí me cabrea mucho que otras personas “piensen” por mí. No sé a vosotros, pero
no me gusta cuando alguien me dice aquello de “he hecho esto por tu bien”.
Dependiendo de la persona y la circunstancia, me dan ganas de contestar, ¿qué
sabrás tú cual es mi bien?
Cuando
era niño y no podía valerme por mí mismo entiendo que mis padres pensaran por
mí y yo me tuviera que “tragar” sus decisiones. Gracias a ellas, entre otras cosas,
estoy aquí. Pero es cierto que a veces, cuando me lo dice mi madre hoy día (una
madre siempre lo es), me pone de los nervios. Eso de que otro haga lo que
piensa que es bueno para ti, sin pedirte opinión, no lo veo.
Como
decía al principio, cada individuo y comunidad son ellos mismos y sus
circunstancias. Una cosa es cabrearse cuando uno piensa por ti y otra el que
necesitamos socializar consensuando cosas. Los hijos, las parejas, la familia,
el trabajo…no se pueden imponer los deseos de uno a los demás. Hay que entender
las motivaciones y las necesidades de cada uno y llegar a entenderse. Imponer,
en mi lenguaje, es similar a eso de que otro piense por ti, consensuar es,
teniendo en cuenta los principios de cada uno y su realidad, encontrar puntos
en común y avanzar sobre ellos.
Es
decir, por mucha libertad que queramos posturear en redes sociales y mucha
sensación de liberalismo a saco, el vivir en sociedad nos obliga a llegar a
acuerdos. Imponer es el principio del fin de cualquier relación, de cualquier
tipo. Mata la motivación y la confianza. Consensuar y respetar la perpetúa en
el tiempo.
Vuelvo
al principio, probar, experimentar, sentir, vivir, arriesgar, respetar y no
impongáis nunca vuestros argumentos sobre otros. Seremos más felices todos.
#impossibleisnothing
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