Carta a un(a) periodista
Queridos e
indispensables profesionales de los medios de comunicación:
Hace
más de 500 años un inventor alemán, llamado Gutenberg, democratizó la imprenta.
El invento en sí, con toda la polémica que lo rodea, parece que no fue suyo.
Era mucho más antiguo y tenía unos antecedentes milenarios en unas planchas de
impresión chinas. Incluso hubo otros occidentales que diseñaron imprentas, pero
fue Gutenberg quien lo acabó patentando y extendiendo.
Con
ello empezaron las impresiones de texto a “gran escala” y nacieron los primeros
periódicos. El supuesto primer ejemplar impreso de forma masiva fue alemán y
nació en 1457 con el nombre de Nurenberg Zeitung.
No
fue el primer periódico de la Historia, y, ni mucho menos, el primer medio de
comunicación. El “boca a oreja” era milenario y los informadores de reyes,
nobles y emperadores llevaban siglos de profesión.
Sin ir más lejos, por allá
por el 130 a.C había actas romanas de registro de noticias, bajo el nombre de “Acta
Diurna”. Julio Cesar las popularizó como boletines informativos de asuntos
públicos y políticos en el año 59 a.C, pero claro, se hacían a mano.
Es
decir, el periodismo no es una profesión reciente. Tiene una Historia maravillosa y ha acompañad siempre al hombre en su desarrollo. La necesidad
de tener información y la capacidad de algunas personas para comunicar ya hizo que
esto existiera hace milenios.
Y
por el camino ha cambiado mucho. Desde el inicio, la función de comunicar, aun
tratando de ser objetiva, o sometiéndose a unos códigos éticos estrictos, como
en la Grecia clásica, ha tenido unas “líneas editoriales”. Estas líneas solían y suelen estar bien definidas por el
que financia la posibilidad de dar la noticia o por la propia ideología del que
la cuenta. El ser humano no es un robot, tiene unos principios, creencias,
valores, ideas, que son distintas en cada uno y que añaden subjetividad a la
hora de contar cosas.
Con
el desarrollo de los derechos fundamentales del hombre, entre ellos la libertad
de expresión y de información, ya en los últimos 200 años, y con la
popularización de la imprenta, se implementa la capacidad de informar de forma
masiva, de opinar y de manipular. Toma más relevancia ese concepto de “línea editorial”.
Las
libertades de expresión y de información están avaladas por todos los
organismos internacionales que de alguna manera “observen” o velen el
cumplimiento de los derechos humanos. Son dos libertades intrínsecas a la
democracia y sin ellas no se entiende un sistema político y administrativo como
tenemos.
Vamos,
que son el as de picas y el as de diamantes.
Las legislaciones de todos los países
con una Democracia, recogen en su orden jurídico, la relevancia de ambas cosas,
que en el fondo son una misma.
Pero
ojo, existen más ases en la baraja. Y todos en conjunto hacen la jugada, no
pueden ir por libre. Dos ases no ganan a un trío de doses. Es por ello
importante entender que estos derechos, aun siendo críticos para una sociedad,
no son los únicos de ese nivel.
Y
no lo son porque hay algo que debería estar por encima de cualquier otra cosa.
Es la dignidad de las personas. La dignidad, el respeto a alguien y a su ser no
puede ser superado ni tan siquiera por la libertad de expresión ni el derecho a
contarlo.
Y
amig@s, es aquí donde creo que nos estamos equivocando. Los medios de
comunicación, en aras de esas “líneas editoriales” se han convertido en
altavoces de agentes políticos o económicos. No importa tanto la noticia, sino
el como la doy para perjudicar a unos y ensalzar a otros, condicionando al que ve, la lee o la escucha.
No
hay ética real, sí escrita en códigos que no se cumplen. Hay periodistas que están escandalizados de lo que se hace en sus
medios, pero tienen que convivir con el sistema y hacer lo que les piden. Miran
para otro lado, hasta que como colectivo, explotan, y generalmente pasa cuando el medio tiene que cerrar, por asuntos políticos o económicos.
Cuando
uno ve los 15 primeros minutos de cualquier telediario de la noche de este
país, todo son sucesos. Sucesos que se cuentan con un sesgo político. De
violencia, de bulling, de delitos sexuales, de chascarrillos políticos, de
inmigración. Se hace generalidad de cosas puntuales en muchos casos. Se mira
con un color político y un cortoplacismo sorprendente y se hacen juicios públicos
de personas, a las que se arrebata su dignidad, tanto de manera individual como colectiva.
Y
qué queréis que os diga, pero a mí me entristece y me cabrea. Muchos
periodistas hacen aquello que no les gusta que les hagan a ellos y lo hacen prejuzgando
y manipulando a la gente. No está bien y se tiene que acabar. La libertad de información es innegociable pero regulación que proteja la dignidad de personas y colectivos también. Con medidas decididas por jueces independientes (esa es otra), en base a unas leyes justas y equilibradas, pero contundentes, que además se apliquen rápido. No todo debe valer. El fin jamás justifica los medios.
No
es justo generalizar, sé que no se debe meter a todos en el mismo saco, pero
también veo que esto que digo pasa en una mayoría de casos. No se contrastan
noticias, se enseñan sólo la parte de los datos que conviene y se les mete siempre un sesgo político (me da igual el color). Y lo peor
es que se resucitan fantasmas que causaron mucho sufrimiento en el pasado y que
parece que estamos deseando que vuelvan, para demostrar que “tenía razón”.
Para
subir el nivel de presión existe la "justicia de la red social". Esto ya no es el
campo de juego exclusivo de un periodista, aquí todo el pueblo nos convertimos
en jueces y damos a los demás los palos que pedimos que no nos den a nosotros. Nos sale gratis pasarnos de la raya. Somos unos incoherentes.
Y para rematar, en este mundo del social media, figuras ilustres de los medios se dedican a perseverar, con ese
tinte que le marcan sus responsables editoriales, haciendo juicios de valor que
confunden a la gente. Claro, como los que les pagan les condicionan su propia
opinión en su medio, después en redes sociales no pueden cambiar el discurso y
perseveran en el error.
Veréis,
yo creo en el periodismo y en su función. El mundo necesita gente que cuente
noticias y por supuesto que opine, pero no en función de lo que marca los
intereses de su jefe, sino en función del contacto privilegiado que tienen con la
realidad y el altavoz exclusivo que les da estar expuestos a la opinión
pública. El caso de un corresponsal de guerra es ejemplar, cuenta lo que ve, porque lo sufre y el de la linea editorial no está ahí, viendo como mueren muchas personas a su alrededor.
La democracia sin el periodismo está muerta, pero con un periodismo
sesgado, con afán manipulador, está igual de muerta y con tortura previa.
Os
pido a todos los que nos contáis lo que pasa, en muchos casos con sueldos miserables y
poniendo en riesgo vuestras vidas, que penséis en la contribución que hacéis,
después de un esfuerzo tan grande, cuando tenéis que morderos la lengua y
contarnos verdades a medias por exigencias del guión o por prácticas
comerciales. Sois una de las esperanzas que nos quedan para un mundo mejor, que
cada vez se vuelve más caótico y desigual. Pensarlo antes de contar algo de una
manera que sabéis que está mal, por favor, pensarlo.
El
filtro es la dignidad. La del que lo cuenta y la del que se señala. Hay que
tenerla siempre presente.
Yo
creo en la libertad de información y además en hacerlo dignamente.
Gracias
por leerlo.
#impossibleisnothing
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