Amor, amor, amor...
Me
encanta esa canción. Dice que la vida sin amor no es nada. Y es cierto, si no
hay amor, no hay motivación.
Aunque
eso deja abierta la pregunta obvia, ¿y qué es para ti el amor?
Cuando
se menciona esta “palabreja” al 99% de las personas nos viene a la cabeza la
imagen de un beso de esos románticos, en plan Romeo y Julieta, de ese instante
idealizado. Pero, ¿es eso el amor?
Lo
primero que hay que contar es que no hay un único amor (no hablo de
infidelidad, que os veo venir), hay muchos. Somos “poliamorosos”, en el sentido
de que no sólo hay amor hacia una pareja, sino hacia los hijos, los padres, los
hermanos, los amigos, nuestra profesión, nuestras aficiones, lo religioso en
algunos casos, lo material muchas veces…
El
amor tiene muchas maneras de manifestarse. Hay cosas comunes en todas ellas. El
amor es generoso (nos predispone a llegar al consenso), es alegre (nos pone una
sonrisa), genera unas emociones muy intensas (positivas o negativas), es
intencionado (lo necesitamos), es reincidente (salga bien o salga mal no se
renuncia a ello), etc… Lo podemos aplicar a todo ese espectro de “poliamor”.
Sin
embargo, es un arma de doble filo. Enamorarse de alguien o de algo no es amar.
Ni tampoco “poseer”. Las personas, todas, tenemos nuestra dignidad, innegociable,
y el amor no puede o no debe enfrentarse a ella. Cuando lo hace, en cualquier
ámbito, hay conflicto. No entender esto genera muchos problemas después.
Cuando
hablamos de pareja, el enamoramiento es el primer estado. Todo es “flower power”.
Pasa como cuando eres emprendedor, sólo sueñas con tú proyecto, o sólo sueñas
con la persona de la que te has enamorado. Pero ojo, el mundo gira, y el
enamoramiento es el chute de glucosa anterior a la carrera. Después llega la
maratón.
Y
la maratón, no es fácil. Ni con las parejas, ni con las familias, ni con los
trabajos, ni con nada con lo que sintamos ese vínculo emocional. No lo es
porque el tiempo va estabilizando el chute y el enamoramiento se convierte un
día a día donde tiene que existir y mantener ese cable invisible que nos
conectó con aquello de lo que nos enamoramos. Ese cable, esa conexión, es la
que hace que superemos obstáculos. Si no la hay o se quiebra, en las malas, la
cosa será muy complicada.
Por
eso el amor es una medicina diaria, mientras que el enamoramiento es una
metadona temporal. Admiro a esos ancianos que se miran con unos ojos de
veinteañero. Me ponen los pelos de punta.
La
realidad nos lleva a que las parejas dejan de ser dioses, los niños se
convierten en adultos, los padres en ancianos, la profesión en rutina, las
aficiones en momentos, etc, etc.
Yo
creo en el amor. Lo entiendo como esa esa capacidad de adaptarse a lo que la
vida nos va deparando y hacerlo acompañado de lo que nos provoca esa satisfacción
intangible. Dando, sin esperar recibir a cambio. Hacerlo sin imposiciones, con
tolerancia, con generosidad y con mucho cariño. Hay que proteger lo que nos
importa y proteger en un sentido muy amplio de la palabra.
Hoy es San Valentín, día oficial del amor, que, siento quitarle el
romanticismo, pero me parece una chorrada. El amor no es un regalo un día, es
un regalo mucho más que físico o material, 365 días.
A
veces pasa una cosa. Y es que nosotros nos enamoramos, pero la otra parte
(insisto que no sólo hablo de pareja), no. Puede ser que alguien no nos quiera,
o que nuestro trabajo no nos llene o que nuestras creencias, de las que nos
enamoramos, nos limiten y nos supongan conflictos. ¿Qué pasa entonces?
Pasan
dos cosas. La primera es el respeto. Si no hay correspondencia debe haber respeto
y ahí debe entrar a jugar la cabeza y sujetar al corazón. Es jodido cuando nos
dan en el ego, pero es una manera de aprender y no porque no nos guste la
respuesta tenemos que sacar el bazoca. No hay que rendirse, por supuesto, pero
hay que respetar. Y añadiría, ser inteligentes. Empatizar con lo que
pretendemos y entender sus razones.
Los
procesos emocionales tienen mucho más de racional de lo que muchas veces
creemos, aunque jamás la razón sustituirá la emoción.
La
segunda es el que el mundo sigue girando. No se para nada. No hay que venirse
abajo por ello. A veces hay que aceptar las situaciones, que no significa
rendirse, significa adaptarse. Decidir por qué camino ir y mirar hacia
adelante. No hay que volverse loco.
El
amor más constante que uno tiene, desde mi punto de vista, es el filial. Los
hijos cambian la vida y cambian todo. El centro de gravedad se transporta a
otro lugar y todo se centra en ellos. Aquello que dijiste que jamás harías, vas
y lo haces. Y después repites. El amor filial, en mi experiencia es el más
puro, veremos cuando se hagan mayores.
Cuando
uno tiene cierto recorrido, que no necesariamente quiere decir edad, se da
cuenta que todo es relativo. Las emociones son siempre intensas, pero es un
efecto temporal. Hay que trabajar día a día en mantener ese sentimiento una vez
pasa el ciclón inicial.
Y
sí, el amor, o, mejor dicho, el enamoramiento por algo o alguien es ciego y
algo loco, pero mola.
#impossibleisnothing
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