La transformación digital


Es el mantra del momento. Tres palabras que definen algo más que un concepto. El imaginario colectivo las asume como un proceso en que vamos a convertirnos en pseudomáquinas o, más divertido, en el que serán las máquinas actuales, hiperconectadas, con R2-D2, C3PO y BB-8 a la cabeza, las que nos solucionarán las tareas del día a día y nosotros, aparte de irnos todos al paro, nos dedicaremos a estar a la bartola.

Pero siento deciros que no, para bien o para mal no va de eso.

¿Qué es digital?

Pues según el diccionario de la RAE, digital, aparte de relativo a los dedos, se define así, en su tercera acepción:

“Dicho de un dispositivo o sistemaQue creapresentatransporta o almacena información mediante la  combinación de bits”

¿Y transformar? (transformación es la acción). Pues según la misma fuente se define de esta manera:

i)  “Hacer cambiar de forma a alguien o algo
ii) “Hacer mudar de porte o de costumbres a alguien

Vamos que, uniendo las definiciones de la RAE, transformar va de cambio y transformar digital va de un cambio en el que el centro es la gestión a través de sistemas que procesan datos (bits).

La revolución digital en la que ya estamos es eso. El cambio en la vida de las personas aprovechando las nuevas tecnologías, capaces de gestionar datos y procesos y convertirlos en herramientas que todo el mundo pueda usar y que nos ayuden en el día a día. Vuelvo con ello más tarde.

Pero ojo con esto. Transformación digital no es sinónimo de mandar muchos emails en vez de cartas ni utilizar aplicaciones de mensajería instantánea como si no hubiera un mañana, ni tampoco escanear documentos a pdf y leerlos en una tablet para evitar imprimir en papel. Tampoco el utilizar las redes sociales como canal de comunicación. No, no es sólo eso. La transformación digital no sólo va de modificar procesos, evolucionar las formas de trabajar y gestionar datos, hay un paso anterior sin el que esto no es posible: cambio cultural.

Por supuesto que los emails, los dispositivos y las redes sociales son consecuencias de ese viaje, pero eso viene después.

Es un cambio cultural a todos los niveles. Individual, social, familiar, colectivo, laboral, fiscal, regulatorio, político…

Todos tenemos la experiencia, cambiar no es nada fácil. Ni en las organizaciones ni en cualquier otro ámbito. Surgen incertidumbres y no nos gusta renunciar a “privilegios adquiridos” anteriormente.

Por eso, el primer objetivo ante cualquier transformación, debe ser el cambio en las personas, en cada uno de nosotros. De nada sirve digitalizar procesos, canales de venta, sistemas o trabajar en mesas “scrum” si no hay una clara motivación para hacerlo detrás. El cambio cultural es esencial.

¿Y cómo se hace un cambio cultural? ¿Cómo se alinea a una organización o cualquier colectivo? 

Pues como se dice hoy día, de punta a punta. Desde el CEO hasta el becario, desde el Presidente del Gobierno hasta el opositor a ujier, desde los padres hasta el hijo pequeño, todos deben estar alineados en la visión y esta tiene que materializarse en objetivos a corto y medio plazo que son coherentes con lo que se predica. Y, además, hay que ejecutar actividades que forman parte de esa estrategia. 

El cambio cultural es visión y hechos. La mejor manera de hablar siempre es haciendo.

Por ejemplo. De nada sirve decir que una organización pretende ser más colaborativa y transparente si después se crean compartimentos estancos o intereses opuestos entre departamentos. No vale con el discurso, es necesario coger la hormigonera y reforzar los cimientos, o en su defecto hacer otros.

La transformación de la cultura de una organización se encuentra habitualmente con dos barreras muy difíciles de superar cuando llega este proceso. Una es el del “ego”, el de interiorizar que los demás pueden tener razón e incluso aportar ideas mejores, que complementen las nuestras, sin que eso sea un ataque ni un menoscabo a nuestros méritos. El convertir jerarquías en estructuras abiertas. Hay grandes empresas del IBEX 35 que están invirtiendo muchísimo en esto.

La otra es el “miedo”, entendido como el vértigo que puede producir el momento de incertidumbre que cualquier cambio genera. Ese miedo, puede llevarnos al caos o actuar como una fuerza a favor. Depende de nosotros, y por supuesto de los gestores del cambio. El miedo a que “me despidan”, “me aparquen en un rincón”, llegue otro que me haga sombra, etc. Ese “miedo” debe ser una motivación para entender que en el nuevo mundo digital todo es mucho más dinámico y el éxito está precisamente en eso, en tener equipos multidisciplinares que “te hagan sombra”, pero que al mismo tiempo formen parte de un engranaje donde todos aportan por sí mismos. Y la función del responsable es liderar.

Porque el cambio cultural también supone dejar de tener “jefes” y pasar a tener líderes. Hay un matiz enorme entre una cosa y otra. No es solamente cumplir un objetivo, sino creer en él y sacar lo mejor de tu gente para llegar a alcanzarlo. Se llama empatía, inteligencia emocional, implicación, pasión, reconocimiento… Lo contrario es un burócrata, que era válido hace 20 años, pero no hoy. Ya hay teorías que hablaban de esto hace muchos años, como aquella de los empleados X e Y, pero hoy se pone de manifiesto.

La tecnocracia pasó. Los perfiles técnicos en un ejercicio de transformación son muy importantes, siempre lo han sido y siempre lo serán, pero son sustituibles, por muy buenos que sean. El carisma y el liderazgo para motivar ese cambio también es sustituible, pero en una medida mucho menor. Se acabó la tecnocracia y la jerarquía. El que no lo entienda las va a pasar canutas en la transformación.

El segundo “palabro” es digital. Aquello de procesar datos y tener herramientas que los aterricen en el día a día. El ámbito digital nos lleva a tener toda la información que necesitamos (y la que no), codificada en unos lenguajes que son élfico para la mayoría de los humanos, pero que hay profesionales que nos ayudan a comprender y traducen a otras lenguas, e incluso a imágenes que sí que entendemos.

El mundo virtual, centrado en internet, produce un montón de códigos que no vemos y que van paseándose alrededor nuestro, como si fueran otras dimensiones. Hay dispositivos físicos, tanto de conexión como de recepción de esos códigos que los descifran y nos permiten consumir esa información de un modo legible. Todo ello cumpliendo con unas medidas de seguridad, privacidad, etc.

Vamos que pasamos de un mundo donde la información se producía y consumía de una manera exclusivamente física, tangible, a un mundo en que la información se produce y consume de una manera virtual, online. Esto transforma nuestra forma de trabajar, relacionarnos, vender, comprar, pagar multas, buscar trabajo y con el 5G que viene, prácticamente la manera de hacer todas nuestras tareas rutinarias.

Es la mayor oportunidad de avance en la Historia de la humanidad. Debemos ser conscientes de ella. Y, además, incluir en su ADN una serie de valores que han de estar por encima de cualquier cosa. La dignidad, la equidad, el respeto, la tolerancia, la libertad, el esfuerzo… forman parte de esa transformación.

Es el momento mágico para profundizar en ello, como sociedad, y “reorientar” nuestro eje. El individualismo, la libertad entendida como hacer lo que me da la gana sin tener en cuenta que invado la libertad del resto, el pasotismo hacia temas colectivos cruciales, la barra de bar chungo en que se han transformado algunas redes sociales…Todo eso se tiene que acabar. Hay que aprovechar la tecnología y la revolución digital para construir, no para destruirnos.

Se necesitan perfiles que trabajen en nuevas profesiones. Ningún robot va a sustituir al ser humano. Las tareas mecánicas y repetitivas las harán los C3PO de turno, pero alguien los tendrá que programar, supervisar, reparar, mejorar, etc… Hay que acabar con el mito de que la transformación digital va a acabar con todos en el paro porque nos van a sustituir robots. No es cierto.

Como en cualquier otra revolución industrial se genera un momento de incertidumbre, en el que hay que reordenar todo el sistema. Para eso hay unos gobiernos y unas leyes que deben regularlo, de manera justa y con sanciones ejemplares para el que se lo salte. Hay que readaptar viejos conceptos, económicos, políticos, fiscales. Recomponer el sistema, ver cómo se van a pagar impuestos y se contribuye al Estado. Como se protege a una bolsa de población que va a haber que reciclar, pero que tiene una experiencia y unas habilidades brutales.

Hay mucho trabajo. La pieza angular es la educación. La clave es qué aprendemos, como y, sobre todo, para qué y además con qué valores. No solamente la escuela o el mundo académico virtual es importante. Sólo es una parte. La mayor parte está en casa. Por eso, ese ejercicio de educación incluye la reeducación de los que dan el ejemplo que luego los niños replican. Si cuelgas una foto en bolas en redes sociales (que me parece perfecto, no lo juzgo), piensa que tu hijo o tu hija te imitará pronto…Es esencial el uso responsable de la tecnología por parte de los adultos.

Me voy de madre. Se empieza por transformación digital y se acaba con educación y con dar ejemplo…

Quizás porque todo ello va ligado.

Yo me apunto. ¿tú?

#impossibleisnothing

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