Abrazos de aeropuerto
La pantalla anuncia que su vuelo ha aterrizado. Empiezan los nervios. Miras la puerta de salidas como si no hubiera otra cosa en el mundo. No llega. Caminas de un lado para otro, vuelves a mezclarte con la gente que espera, igual que tú. Miras el móvil a ver si te dice que sale. Se hace interminable...Y, de repente, todo se olvida, sale. Y cambias del invierno a la primavera en un segundo. Entonces pasa, ese abrazo fuerte, con presión, como si viniera de la guerra, donde casi se fusionan los corazones. Es el abrazo de aeropuerto, uno de los más bonitos que hay.
Existe
la otra cara. Esos nervios que se van incrementando hasta que el camino se
interrumpe en el control de seguridad. Ahí, un@ se va, se despide. La mirada lo
dice todo. El abrazo, desgarrado, es el abrazo de adiós. Es triste y alegre a
la vez. Es un volveré. Rebosa amor, del tipo que sea. Otro de los momentos mágicos.
Últimamente
he tenido que coger varios aviones. La escena mil veces vista, y que pasa
desapercibida por su normalidad, es una de las escenas de amor más bonitas que
hay. Padres e hij@s, abuel@s, parejas, amig@s.… bienvenidas, despedidas. Es grandioso y cotidiano a la vez.
Y
es que detrás subyace mucho más que el gesto
físico. Detrás hay la propia esencia de una persona. La cabeza y el corazón se
ponen a mil por hora y se cruzan pensamientos y sentimientos. Y, por un
instante, ese, la explosión de emociones nos recuerda que somos seres humanos y
por 30 segundos nos desconecta de todo lo demás, para enfocarnos en lo único
que importa en ese momento, lo que tenemos delante, otro ser humano.
Es
curioso. Vivimos bombardeados de información. Nos ayuda a mejora y al mismo
tiempo nos convierte en autómatas. El primer gesto cuando se aterriza o el
último cuando se despega es mirar el móvil. Tenemos una vida llena de cacharros
que nos conectan y a veces nos alejan, si no los utilizamos bien.
La
velocidad del día a día nos lleva a menospreciar esos instantes, que son eso,
instantes, en los que la persona aflora por encima de cualquier otra cosa. Y
sin embargo son los mejores instantes de nuestras vidas.
Es
importante no olvidarse de quienes somos y qué somos. Pensar por qué un abrazo
de aeropuerto, un beso de esos de cuento, una mirada de comprensión, un minuto
de silencio, un paseo por el campo, un rompeolas, una vista desde la cima de la
montaña y millones de cosas más, nos activan ese click mental de “tengo que hacerlo
más”. Hay que mirarse si después lo cumplimos. ¿Lo hacemos?
Caminamos
con un reloj hasta cuando estamos de vacaciones. Que si la reserva, que si la
hora de visita, que si hay que estar pronto…que si mil cosas. Hacemos la foto y
lo ponemos en redes sociales. Ea, estuve ahí, yo molo mucho. Y entonces qué.
Qué hay después. Nada. Perdimos la ocasión de estar ahí, en ese instante y
conectar con aquello. Sentir. Pero se fue. Y no disfrutamos el fondo.
Ver
esos abrazos me ha hecho pensar. ¿Saboreo esos instantes? Indudablemente no. Y
lo peor es que nunca sabes si habrá más. En este caso, mejor no arriesgar y
exprimir ese momento al máximo.
Me
encantó ese microsegundo en que el nieto casi desmonta al abuelo del meneo que
le pegó. Le cogió como si fuera lucha libre. En ese momento no había móviles,
ni play, ni tele ni rrss, ni leches. Había lo que mueve el mundo, aunque no nos
demos cuenta…amor.
Si
vais a un aeropuerto, estación o similar no os olvidéis de abrazaros fuerte.
Como si no hubiera un mañana. Aprovechar el momento. Es irrepetible.
#impossibleisnothing
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