El orgullo que nos supera

Es por la tarde, estamos con nuestros amigos, o en el trabajo. Alguien nos cuenta que si le pasa esto o lo otro, o que si fue a no se qué evento o si consiguió tal cosa. Nosotros escuchamos, a veces le cortamos con preguntas retóricas y otras veces (la mayoría) respondemos demostrando que somos muy "listos" con  el más que conocido "y yo más".

Estoy exagerando, claro. Pero más de una vez nos metemos en discusiones profesionales, familiares, con amigos, etc sin escuchar, sólamente porque parece que tenemos que decir la última palabra o quedar un peldaño por encima, o por lo menos al mismo nivel. 

Claro, no decimos "y yo más" sino que entramos en un bucle de discusión donde o un tercero pone paz o cambiamos de tema. Son discusiones que sabemos como empiezan, pero nunca como acaban.

En esa acalorada discusión, si surge el "y yo más", cada uno va incrementando el nivel de la "sabiduría" que tiene o de todo lo que lee o de todo lo que oye, etc. Las dos partes se meten en un debate que siempre queda inacabado. Vamos, que si alguno pone encima de la mesa datos objetivos, nunca serán reconicidos por parte del otro. Sólo contadas ocasiones se acaba la disusión, donde uno dice: de acuerdo, tienes razón.

Y cuando eso pasa, ¿cuál es la reacción de la otra parte?. Primero se "infla" y se le pone la sonrisa de cuánto sé. Y después llega la segunda fase de joder, ¿me habré equivocado?, ¿me habré pasado?, etc. Vamos que hasta nos sentimos mal y todo.
 
Nos nos pasa a nosotros como seres individuales, sino también como colectivos. Desde grupos afines, asociaciones, partidos políticos, instituciones, etc. Siempre nos gusta tener la última palabra y por supuesto con poquita autocrítica, y si la hay, lo hacemos envolviéndola de un halo de "falsa modestia". Pocas veces he visto una autocrítica sincera, y menos en un colectivo.

Pues señor@s. Es hora de que la haya. Y que utilicemos esa expresión tabú de "pedir perdón". Estoy seguro que los más críticos con las cosas que no hacemos bien somos nosotros mismos, pero ¡¡cómo cuesta reconocerlo públicamente y rectificar!!.

Y sin embargo hacerlo es un ejercicio sano de honestidad y de generación de confianza en los demás. Uno se puede equivocar, es intrínseco al ser humano. Es sano equivocarse. Y aún así lo puede reconocer y pedir perdón si toca. No es tan malo...incluso reconforta.

Si nos escucháramos un poquito más y fuéramos un poquito menos orgullosos...¿estaríamos donde estamos? 

Apuesto a que no...

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